PERSPECTIVAS Y PROBLEMAS PARA UNA HISTORIA SOCIAL DE LA PROSTITUCIÓN
Doctor Juan José Marín Hernández ([1])
Profesor Universidad de Costa Rica
Correo electrónico: jmarin@fcs.ucr.ac.cr
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INTRODUCIÓN
A mediados de la década de 1970, en las Ciencias Sociales, se dio un inusitado interés por el tema de la prostitución femenina y con ello varios científicos sociales, entre ellos los historiadores, comenzaron a tomarlo como problema de investigación. Ante la progresiva expansión de trabajos rápidamente se hizo necesario plantear y discutir la problemática teórica y metodológica que acompañaba a este nuevo objeto de estudio, así como los límites y las ventajas de las fuentes utilizadas. Al igual que otras áreas de la historia de los grupos marginales, la historia social de la prostitución sufrió un acelerado proceso de entropía acompañado de una hipercrítica recalcitrante; así como de masivas apropiaciones de enfoques y marcos conceptuales, que en algunas ocasiones, se hizo en forma atropellada y acrítica. La heterogeneidad de objetivos, métodos y terminologías conceptuales produjeron una gran diversidad de contribuciones y una multiplicidad de orientaciones de los más distintos calibres, que a su vez abrieron complejos problemas e interrogantes al abordar el hecho de la prostitución.
En 1981, en la revista Studi Storici, el historiador italiano Renzo Villa se atrevió hacer un sugestivo balance sobre la producción histórica sobre el hecho de la prostitución. El mérito de su recuento historiográfico se halló en visualizar lo prometedor y conveniente de estos estudios para la historia social en un contexto intelectual donde aún existían recelos y displicencia sobre el fenómeno de la prostitución, pues se pensaba que era un tópico superficial ó simplemente con un valor anecdótico ([2]). Hoy después de 17 años del balance de Villa podemos ya no sólo ver lo útil y ventajoso de examinar el hecho de la prostitución para comprender diversos aspectos económicos, sociales, políticos y culturales de una sociedad determinada; sino que también gracias al estudio este hecho se puede advertir las interacciones de la prostitución con el genero, la familia, la condición femenina, la sexualidad y, en general, diversos elementos de la reproducción de una sociedad clasista.
El propósito de este artículo no es hacer un simple recuento de trabajos publicados sobre la prostitución en Europa, Estados Unidos, España ó Centroamérica, o reseñar grandes modelos conceptuales; nuestra intención es más modesta: pretendemos llamar la atención sobre los principales problemas historiográficos que se han debatido en estos últimos viente años con el fin de establecer un marco conceptual y metodológico para estudiar a sociedades que transitaron por procesos históricos diferentes al caso europeo o estadounidense como fueron las sociedades centroamericanas. De acuerdo con esto, trataremos de evaluar los aportes suscitados en este campo de estudios, analizar los conceptos y enfoques empleados; establecer las limitaciones y contribuciones de las diferentes posturas; detallar las diversas perspectivas metodológicas y determinar el uso de las fuentes y su utilización. Mientras realizamos esas tareas, nos permitiremos sugerir los elementos más llamativos o relevantes que deben ser considerados por un historiador social de la prostitución que pretenda estudiar ese hecho en países como los centroamericanos.
Al situarnos en un balance de este tipo nos permitirá reconocer a la historia de la prostitución como un campo maduro, pero heterogéneo, de trabajo historiográfico, donde su tendencia a la interdisciplinariedad le ha otorgado un cuerpo teórico - metodológico distintivo capaz de abordar realidades sociales diferentes al “mundo desarrollado” ([3]).
A diferencia de otras áreas de la historia como la del crimen que pretendieron independizarse de la historia social como campo de trabajo autónomo ([4]), la historia de la prostitución se ha revelado como un campo fructífero para la investigación interdisciplinaria. Prueba de ello son las diferentes áreas de la historia social que han acometido su estudio, algunas con un gran prestigio y un largo historial, tales como la historia de la mujer, de la vida cotidiana, de las mentalidades, de la medicina, de la sociabilidad, de la vida privada, del crimen y de la marginalidad, sólo para nombrar algunas.
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PROBLEMAS TEÓRICOS
A- LA DEFINICIÓN DE LA PROSTITUCIÓN COMO HECHO HISTÓRICO.
Uno de los mayores éxitos que se ha logrado en la historia social dedicada a estudiar la prostitución ha sido definir este fenómeno como un hecho social. En efecto, desde sus propios inicios los investigadores debieron luchar contra una larga tradición científica que consideraba a la “ramería” como una manifestación consustancial a la naturaleza humana. Según la perspectiva tradicional, la prostitución era vista como un fenómeno propio de “mujeres enfermas”; o una “perversidad” lógica del genero humano; o simplemente un “demonio social” necesario. Diversos científicos sociales en estos últimos veinte años han procurado desmitificar esas visiones estereotipadas. Las publicaciones de diferentes investigadores tales como Frances Finnegan, Judith Walkowitz, Ruth Rosen, Steven Ruggles, Leah Otis, Susan Conner, Lyndal Roper, Linda Mahood, Margaretha Järvineen, Verena Stolcke, Antonio Parejo, Donna Guy, David Mc Creery y Lorraine Nencel, entre otros, han contribuido a invalidar varios de los prejuicios existentes sobre este nuevo campo de estudios ([5]).
Sin embargo, los nuevos trabajos sobre la prostitución han debido enfrentarse, directa o indirectamente, a tres grandes tradiciones o enfoques que han dominado las ciencias sociales, incluso hasta el día de hoy, como son: el de la patología social, el desviacionista y el de la anomia social. En estas últimas dos décadas, los historiadores sociales de la prostitución han debido lidiar, de una u otra forma, con las orientaciones que ven al fenómeno de la prostitución como un hecho inmutable propio de las deficiencias biológicas y sociales de individuos o colectivos humanos específicos.
De los tres enfoques el que más rápido se cuestionó fue el de la patología social que reducía a hechos como la prostitución y la criminalidad a situaciones meramente individuales, genéticas, sexuales o hereditarias ([6]). Los aportes más importantes sin duda han provenido de la Historia de la Mujer y la Historia Social de la Medicina, esto por cuanto han logrado definir al genero como categoría de análisis, además de determinar que ésta es cultural e históricamente determinada; desmitificar el supuesto poder neutral e irrefutable de la ciencia en el conocimiento de la llamada “sensibilidad o condición femenina” y previniendo a los investigadores sobre el uso de la ciencia como un medio para legitimar representaciones negativas o inmutables de la mujer o de los sectores populares, así como reflexionar sobre las imágenes creadas sobre el cuerpo humano y su rol social. En la actualidad, investigadores como Mary Nash, Carroll Smith Rosenberg, Charles Rosenberg, Ann Douglas Wood, Catherine Gallagher, Thomas Laqueur, Marina Benjamin, Perry Willians, Nancy Leys Stepan, Jean Claude Benard, Donna Guy y Gisela Block, entre otros, tienden a debatir los usos sociales y políticos de las tesis patológicas y las razones de su implantación antes que considerarlas como la causa determinante de fenómenos como la marginalidad, la pobreza, el crimen o la prostitución ([7]).
Por su parte, los enfoques desviacionistas o de anomia han resultado más difíciles de desautorizar ([8]). Dos situaciones podrían explicar el predomino de esas visiones. Por un lado, existe en la actualidad un fuerte movimiento en las diversas ciencias sociales de rehabilitar marcos teóricos desclasados y sin mayor preocupación por la evolución histórica y el contexto social, así como de las posibles interacciones entre el fenómeno estudiado y la realidad social más inmediata. En consecuencia, muchos investigadores apoyándose en la notoriedad que han ganado en los últimos años las tesis durkheimnianas, estructuralistas y postmodernas defienden acriticamente las visiones anomistas y desviacionistas ([9]). Por otro lado, numerosos científicos sociales utilizan marcos teóricos históricos que tienden a defender un cuestionable ideal de progreso, en los cuales se traza de antemano una serie de líneas de desarrollo donde se ubican a ciertos grupos como cercanos o alejados de un predeterminado patrón de adelanto deseado o supuesto ([10]).
Cabe añadir, que el enfoque de desviación tiene implicaciones sociales importantes, pues presupone que existen individuos que van en contra de la sociedad “normal”, por lo que los “abyectos” tienden a desorientar o corromper el desarrollo global de ésta. En consecuencia, este tipo de visión tiende invariablemente a justificar el poder, a desarrollar estereotipos clasistas sobre lo normal o anormal en las conductas sociales, a desarrollar una sumisión a las definiciones legales o codificadas y en muchas ocasiones sirve como soporte ideológico del control social. Si bien los trabajos sobre la desviación ya no son tan elementales como los desarrollados antes de la década de 1970, aún perduran bajo formas más refinadas ([11]). De ahí que no sea extraño que los mayores progresos en la desautorización del modelo desviacionista hayan sido dados en la denominada criminología crítica ([12]).
Finalmente, el enfoque anómico es el que mayor resistencia ofrece a su desautorización teórico metodológica. En la actualidad, esta orientación tiende a convertirse en uno de los mayores problemas para los investigadores de la prostitución ([13]). Así por ejemplo, son muchos los trabajos que mencionan a la industrialización, el capitalismo, la urbanización, el aumento migratorio, la falta de escolarización de ciertos sectores sociales, la ignorancia o la destrucción de hogares como situaciones suficientes para explicar el desarrollo y la expansión de la prostitución; sin percatarse de los riesgos subyacentes en tales tesis. Entre los peligros más importantes se encuentra el monocausalismo y el determinismo que puede hacer pensar que solucionando alguno de los problemas que ocasionan la ramería el fenómeno desaparecería inmediatamente. Una amenaza mayor surge del hecho de que el investigador pasaría a reconocer valores e intereses inmutables que hay que proteger en aras de la armonía y el consenso social, pues sería sólo una minoría (la que no tiene educación, ni padres de familia o es de baja condición social y económica, entre otros factores) la que transgrediría ese orden social en situaciones que serían predecibles y manejables, como por ejemplo una crisis económica, la urbanización, la industrialización o la supuesta perversidad de ciertas mujeres y sectores sociales ([14]).
La polémica que ha suscitado el debate contra los enfoques de la anomia social y el de la desviación provocó que muchos investigadores del hecho de la prostitución retomarán en sus análisis aspectos supuestamente elementales tales como ¿hasta qué punto la prostitución era un fenómeno social e históricamente determinado? Si era una manifestación específica de las sociedades ¿cómo evolucionaba o se transformaba dentro de ellas? Paralelamente, a ello se interrogaban si existían causas específicas que la originaban. En este caso, las incógnitas inmediatas se situaron en definir si la prostituta era únicamente víctima de su entorno, o por si el contrario existían mujeres que utilizaban a la prostitución como una estrategia consciente de sobreviviencia. Tales preguntas, como veremos en los apartados subsiguientes, fueron y son fundamentales para determinar la validez de la prostitución como objeto de estudio, pues exigen al historiador refinados análisis de las interacciones sociales, en especial, entre lo económico, lo político, lo cultural y lo social.
B- LA PROSTITUCIÓN DENTRO DEL CONTEXTO HISTÓRICO
En 1979, Frances Finnegan estableció, para el caso inglés, la relación directa que existía entre la pobreza provocada por la sociedad industrial y la prostitución femenina. Su trabajo fue considerado novedoso e interesante, pues rompía la línea tradicional de considerar a la ramería como un fenómeno inmutable ([15]). Según sus datos, la mayoría de las prostitutas provenían de los distritos proletarizados de York. La característica esencial de estas mujeres era la de ser víctimas de un oprobioso mercado laboral excluyente y reducido, que obligaba a muchas mujeres buscar en la prostitución una salida momentánea a sus ingentes problemas económicos. Una de sus tesis sugería que las denominadas callejeras eran mujeres explotadas por una clientela masculina proveniente de la mediana y pequeña burguesía aspecto que evidenciaba, a su vez, otra faceta de la explotación clasista de la que fue víctima el proletariado femenino inglés ([16]).
Si bien su trabajo fue duramente criticado por otros investigadores, en especial por Judith Walkowitz ([17]), abrió un extraordinario sendero para futuras indagaciones históricas sobre la ramería. Sin duda, el factor económico como causante de la prostitución motivó muchas otras explicaciones sobre la prostitución diferentes a la simple carestía pecuniaria. Así por ejemplo, María Atondo observaba como las mujeres, en ciertos contextos y períodos, eran una carga para las unidades familiares. En concreto, refiriéndose al Méjico Colonial, ella veía como un gran contingente de familias no podían acumular las dotes necesarias para que las familias crearan alianzas matrimoniales y con ello reprodujeran las tradicionales estrategias de sobrevivencia familiar, por lo cual algunas cabezas de familia vendían a sus miembros femeninos para que ejercieran la prostitución. Unido a ese factor socioeconómico, señalaba Atondo que existía una gran clientela potencial producida por las altas tasas de masculinidad que predominaban en la sociedad colonial mejicana, situación que era agravada por la presencia de un gran número de solteros que retrasaban su edad de casamiento. Según Atondo, como derivación de la fragilidad económica de la mujer y de las distorsiones de los mercados matrimoniales el resultado más natural fue la creación de un medio más que propicio para la expansión de la ramería colonial ([18]).
Sin duda, los enfoques económicos que explican el desarrollo de la prostitución fueron beneficiados por los sugerentes trabajos de Timothy Gilfoyle. Según este investigador, entre 1790 y 1920, en la ciudad de Nueva York el desarrollo de la “ramería” se ubicó dentro del contexto de la comercialización del sexo, la cultura que él denominó “deportiva masculina” y el desarrollo de nuevas formas entretenimiento masivo. La explotación económica de la prostitución se unía, esta vez, tanto al aumento de las tasas de masculinidad (causadas por la inmigración incesante europea) como por un creciente deseo de los hombres por disfrutar de la compañía femenina en las inéditas y sofisticadas formas de distracción que se daban en la ciudad de Nueva York entre los siglos XIX y XX. Según Gilfoyle, todos esos factores potenciaron el desarrollo de la “ramería” que fue intensificado aún más por la elevación de la edad de matrimonio, un aumento en la actividad sexual prematrimonial y, desde luego, una tolerancia gubernamental excesivamente indulgente tanto con la comercialización del sexo como en la laxitud de las costumbres sexuales masculinas ([19]).
Los estudios que observan el crecimiento de la prostitución asociado al desarrollo de industria comercial del sexo han revelado interesantes relaciones entre las formas entretenimiento (que explotaban descaradamente el deseo sexual de la clientela masculina) y la subsistencia económica que hacían diversos sectores sociales supuestamente marginales. Esta colaboración tácita convirtió a las “zonas rojas” en territorios idóneos para que la “ramería comercializada” floreciera. Según, Neil Larry Shumsky los historiadores deben observar la importancia económica de las “zonas de tolerancia”, pues esto permitiría comprender como dichos lugares reproducían formas de sobrevivencia económica no sólo de las prostitutas, sino también de cocheros, mendigos, inmigrantes, taberneros y dueños de teatros, restaurantes y salas de baile, entre otros. Para ella, las “áreas rojas” ofrecían extensas redes de desarrollo económico, de protección y, desde luego, de seguridad tanto para las prostitutas como para sus clientes y socios. Esta nueva perspectiva permite al investigador mediatizar aquella visión que veía en las zonas rojas el sueño de las clases dominantes de una sociedad aislada y segmentada o, sencillamente, como gethos de desventurados ([20]).
Un trabajo interesante, desde la perspectiva económica, es la investigación de Sandra Lauderdale Graham quien muestra como las amas brasileñas explotaban sexualmente a sus esclavas con el fin de obtener beneficios monetarios, en épocas donde la economía esclavista entraba en decadencia. Su estudio demostró como la étnia, la clase social y el género se entremezclaban para producir formas de expoliación muy diversas a las que tiene que ser sensible el historiador ([21]).
A pesar de lo atractivo que resultaba el estudio de la prostitución desde la perspectiva económica, muchas investigaciones veían que el peso de este factor no era suficiente para explicar el crecimiento y expansión de la “ramería” y sugerían la importancia de considerar otros elementos como los culturales y el de control social. Investigadores como Jeffry Adler, Alain Corbin, Susan Conner y Roger Davidson, entre otros han demostrado el papel de las políticas gubernativas en el crecimiento de la prostitución. Sus trabajos dejan ver la estrecha relación que existió entre la actividad reguladora sanitaria y policial de las prostitutas con la progresión del meretricidio. Asimismo, señalaban que la persecución de las rameras se dio bajo un concepto muy amplio de lo que las autoridades entendían por prostitutas. Varios estudios nos presentan como cualquier mujer que se considerara como “caída” ó “peligrosa” entraba a figurar en los registros antivenéreos como meretriz.
Tal vez el autor que ha desarrollado más este tópico ha sido Alain Corbin. Este historiador ha destacado en el análisis de los sustentos ideológicos y simbólicos de los aparatos de control higiénico; llegando a determinar cómo el concepto de prostitución era el resultado de una creación social, donde los factores mentales, simbólicos y culturales tenían un peso trascendental. Como resultado de lo anterior, para Corbin, no era de extrañar que la prostitución cambiase en el tiempo (tanto en su perfil, tipos y magnitud), según iban evolucionando las formas de deseo sexual, el control social y las representaciones imaginarias que la sociedad se hacía sobre las prostitutas ([22]).
Las tesis de Alain Corbin fueron reforzadas por diversos estudios. Así por ejemplo, Susan Conner llegó a afirmar que la prostitución tal y como la conocemos hoy surgió después de la Revolución Francesa, cuando las codificaciones jacobinas “etiquetaron” diversas conductas de las mujeres bajo la categoría de ”prostitución”. Mientras Roger Davidson, Laura Engelstein, Christian, Henriot, Margaretha Järvinen, y Phillippa Levine, entre otros, interpretaban el discurso higienista y médico sobre las enfermedades como un medio de control social y de fabricación de “identidades sexuales peligrosas”, que desde luego llevaba a que aumentase el número de mujeres catalogadas como prostitutas ([23]). En cuanto a la evolución de las formas de deseo planteada por Corbin ha encontrado, sin duda, en el sugestivo trabajo de Clayson Hollis sobre los pintores impresionistas (titulado “Painted Love: Prostitution in French Art of Impressionst Era”) un valioso apoyo ([24]).
La victimización de las prostitutas (a la que pueden aludir las investigaciones sobre las políticas gubernamentales o el peso inexorable de los factores socioeconómicos) ha sido mediatizada por los trabajos de Marliynn Wood Hill y Mary Gibson. Sus estudios analizan como las prostitutas elegían racionalmente entrar a la “ramería”; algunas lo hacían sopesando su viabilidad con respecto a otras estrategias de sobrevivencia; otras avistaban los aspectos atractivos del oficio tales como el lujo y el ascenso social; mientras otras miraban a la prostitución como una forma de complementar sus recursos o, simplemente, como una forma casual de ganarse la vida. Según ellas, el ingreso a la prostitución se enmarcaba dentro de una determinación fundada en móviles lógicos; siendo muy pocas las prostitutas que podían considerarse como víctimas (en el sentido más estricto de la palabra) de este fenómeno ([25]).
Muchos investigadores han subrayado el peso de los factores culturales. Así por ejemplo, Barbara Littlewood ha señalado lo valioso de explorar las percepciones particulares del cuerpo, en especial el de la prostituta ([26]). Las consideraciones que hizo Littlewood sobre los significados y el peso del imaginario colectivo se rebelan como esenciales para estudiar casos como la China del siglo XIX, el norte del Sudán en el siglo XVIII, el Nairobi Colonial, o las partes más alejadas del antiguo Imperio Británico ([27]). De esta forma, las valoraciones de Littewood permitirían comprender como en algunas sociedades la ramería no fue penalizada y como otras conductas (que aparentemente no entrarían dentro de lo que se considera como prácticas usuales de la prostitución) eran sancionadas.
Otro tema que ha despuntado en la historia social de la prostitución, en los últimos veinte, ha sido el análisis de la desintegración familiar como factor causante de la ramería. En la actualidad, varios investigadores resaltan lo sugestivo de este componente en la elaboración de modelos explicativos sobre ese fenómeno; aunque procurando privilegiar el nexo entre la ramería y las estrategias de sobrevivencia familiar (tanto económicas como culturales ). A mediados de la década de 1980, Lyndal Rooper realizó uno de los trabajos más precisos en ese campo. Ella observó como las clases dominantes de Augsburgo, en el periodo de la Reforma Protestante, reconstruyeron las relaciones de género, retomando algunos conceptos tradicionales tales como “Santa Familia” y “Santo Hogar”; pero, esta vez, asignándoles nuevos valores sociales, muchos de los cuales respondían a los patrones culturales de las prósperas guildas de Augsburgo. Así los reformadores protestantes, siguiendo la ideología de los gremios, defendieron el liderato de los esposos sobre su hogar y, por ende, la sumisión de las consortes a los deseos de su cónyuge. Barbara Littlewood y Linda Mahood, por su parte, analizaron los discursos oficiales donde se mencionaba como la brutalidad paterna, el descuido materno, el alcoholismo, así como la educación de una masa importante de niños en el crimen y el vicio, eran las causas que llevaban inevitablemente a muchos jóvenes a delinquir o a convertirse en seres peligrosos para el orden social. Como desenlace de esto, las autoridades se dedicaron a vigilarlos y a controlarlos. Si bien es cierto, ellas asumieron como cierto parte de la prédica oficial sobre la descomposición familiar, lo interesante de su estudio estriba en ver cómo los encargados de los reformatorios juveniles trataron de reproducir un modelo ideal de familia alejado del supuesto ciclo de privación y depravación existente en sus hogares de nacimiento ([28]).
Para el caso latinoamericano, William French evidenció como la clase dominante del Méjico Porfiriano defendió y difundió un nuevo concepto familiar íntimamente relacionado con los valores del honor, la honestidad y la fidelidad. Con estas nociones la clase dominante intentaba readaptar en el nuevo contexto socioeconómico los modelos de vida privada femenino dominado por el poder paternal; de este modo la oligarquía porfiriana procuró divulgar un discurso moral enfocado específicamente hacia la mujer. Este buscó introducir e imponer nuevas ideas sobre el pudor, la intimidad y la sensibilidad, las cuales casi siempre tendían a beneficiar al varón y a las clases dominantes ([29]).
En el futuro inmediato, ya se vislumbra una colaboración estrecha entre la historia de la familia y la historia social enfocada en tópicos tales como la marginalidad, la pobreza, el crimen y la prostitución. En efecto, autores como Verena Stolcke, Joan Bestard, Susan Dwyer Amussen, Robert Robinson, John Gillis, Ellen Ross y Judith Newton, entre otros, demuestran como la familia es un concepto histórico donde constantemente se imbrican los factores económicos, sociales y culturales. Los nuevos tópicos ayudarían a comprender las diversas formas familiares, su heterogéneo funcionamiento y sus múltiples vías de evolución; así como sus intrincadas relaciones con los denominados fenómenos marginales ([30]). También, dentro de la historia de la familia, se percibe un interés por estudiar a la familia como una organización de la reproducción social ([31]) donde hechos como la reglamentación de prostitución vendrían a esclarecer la propensión de los legisladores por proteger los patrimonios financieros, la salud de los herederos, la estabilidad del matrimonio, las redes de parentesco, la pureza racial, las jerarquías, los roles sociales dentro del hogar y las estrategias de supervivencia. Igualmente, el análisis de la reproducción social familiar permitiría observar cómo la clase dominante del siglo XIX utilizó la reglamentación de la prostitución para justificar las adaptaciones discursivas y normativas de los conceptos tradicionales de honor, la vergüenza y el linaje, entre otros, los cuales adquirían nuevos significados sociales, según las exigencias del contexto. A la luz de dichos análisis afloran nuevas pistas sobre la compleja red de relaciones existentes entre los cambios socioeconómicos y las lógicas familiares; las conexiones entre las transformaciones sociales y las modificaciones en la conducta familiar, matrimonial y sexual; así como los vínculos entre las relaciones de poder político y el orden social.
Las investigaciones que sondean esas interacciones son cada vez más frecuentes y cautivantes. Estos nuevos estudios tocan diversos tópicos tan disimiles como pueden ser el incesto, los litigios familiares, la delincuencia juvenil, el abandono de hogares, la sevicia, la violencia familiar, el aborto, la violación, el rapto y la persecución del concubinato, sólo para citar algunos casos ([32]). En la mayoría de estos trabajos se puede constatar tanto la complejidad de la familia como el rol de la legislación venérea, sanitaria y policial en la protección de los valores y las normas domésticas. Ruth Rosen demostró como muchas veces las autoridades creaban un discurso alarmista y “pánicos sociales” para atemorizar al resto de la sociedad con el fin de reafirmar patrones de conducta e instituciones como la familia ([33]).
Relacionado con lo anterior, sin duda los trabajos que mejor han desarrollado la correlación entre los valores familiares y la prostitución son aquellos que han analizado a los reformatorios y a las mujeres “caídas” o “Magdalenas”. Investigaciones como las realizas por Philippa Levine, Barbara Littlewood, Linda Mahood, Stanley Nash y Steven Ruggles comprobaron como los reformatorios o los albergues de protección (instituciones aparentemente “no represivas” o “consensuales”) insertaban diversas medidas de control y supervisión que creaban dentro de las internas una serie de estereotipos y formas de sumisión a un patrón paternal que se presentaba como ideal. En efecto, como demostraron sus investigaciones, las políticas gubernativas de bienestar fueron formas solapadas de represión de las prostitutas y medios correctivos o de rectificación para las mujeres consideradas insumisas al patrón familiar. Así conceptos como los de vulnerabilidad y de protección al desvalido se convirtieron en enunciados ideales para preservar y justificar el orden familiar y social dominante ([34]).
En España, los estudios de la prostitución han evolucionado de forma similar al contexto europeo, pero de una forma mucho más lenta. Según, Jean Louis Guereña es hasta la década de 1980 que estos estudios comienzan a abandonar los estudios reglamentaristas de la prostitución y comienzan a plantearse estudios más complicados. Según él, es hasta muy recientemente que se elaboraran estudios desde una perspectiva sociológica, tratando de determinar el número de prostitutas y su tipología, su origen geográfico, su distribución espacial, las edades y las actitudes sociales, entre otros tópicos. Para Guereña, los estudios de López Mora para Córdoba; J. Siles, I. Guillén y M. J. Paternina para Alicante; Pareja Ortiz para Cádiz; y Josette Guerreña para Santiago de Compostela, son parte de ese cambio ([35]).
Coincidiendo con la visión de Guereña, el filósofo Francisco Váquez señala la marcada lentitud de los avances de la nueva historia social de la prostitución española. Según Vázquez, los historiadores hispanos deben considerar las nuevas teorías sociológicas tales como la “label theory” goffmaniana; la genealogía del sujeto desarrollada por Foucault y sus seguidores; o la sociogénesis del sujeto defendida por Elias y sus discípulos con el fin de remozar sus análisis y abandonar las investigaciones fáciles representadas por los estudios de los reglamentos sanitarios ([36]).
En América Central, las investigaciones sobre el hecho de la prostitución apenas se inician. Si bien es cierto en 1977 el artículo de Lowell Gudmundson "Aspectos socioeconómicos del delito en Costa Rica 1729‑1850" representó en las Ciencias Sociales centroamericanas una ruptura conceptual y un incitante preludio; no fue hasta finales de la década de 1980 que comenzaron a florecer diversas investigaciones sobre la criminalidad y la marginalidad. Gudmundson tuvo el privilegio de desarrollar un provocador análisis sobre el crimen colonial, mientras muchas otras investigaciones, tesis y artículos se preocupaban por pensar el fenómeno delictivo y la prostitución como un mal patológico, de desviación o de anomia. Un aporte importante logrado por el trabajo de Gudmundson fue el de dejar patente que la problemática de la criminalidad debía ser observada dentro de un contexto social y político. Así por ejemplo en el caso de la prostitución, Gudmundson veía como a principios del Siglo XIX era percibida como sinónimo de alcahuetería, deshonra, desgracia y corrupción; además, él fue el primero en observar que los esfuerzos por reglamentar la ramería se enmarcaban en la defensa de un nuevo modelo de mujer que propugnaba la clase dominante ([37]).
A finales de la década de 1980, la disciplina histórica costarricense había encontrado nuevos sujetos sociales y formas de comportamiento. A la renovación temática se unió también una heurística, metodológica y teórica. Los trabajos de José Daniel Gil, Mayela Solano y Carlos Naranjo son ejemplo de esa transformación. Así en su tesis de licenciatura Solano y Naranjo rescatan las vivencias de las mujeres de "vida horizontal", donde el “agitado ritmo” de vida de las prostitutas las hacía caer, continuamente, en las redes policiales. El escándalo, la ebriedad, la vagancia, las faltas al registro venéreo junto con el hurto, el robo, las lesiones y las riñas, entre otras, fueron las causas más comunes del conflicto entre las autoridades y las prostitutas ([38]).
A pesar de los grandes avances que se hacían en la historiografía costarricense sobre los grupos marginales el mejor trabajo sobre la prostitución centroamericana se dio en 1986. El historiador estadounidense David McCreery analizó el desarrollo de la ramería en la ciudad de Guatemala, entre 1880 y 1920, a través de los expedientes policiales y municipales. McCreery destacó la importancia del control social, el impacto negativo del modelo agroexportador, la urbanización acelerada y la desalmada explotación socio económica de las mujeres indígenas como los causantes directos del crecimiento de la prostitución guatemalteca ([39]).
A inicios de la década de 1990, el análisis sobre la prostitución centroamericana ha sido abordado por Patricia Alvarenga, Philippe Bourgois, Juan José Marín y en forma más marginal por Virginia Mora ([40]). Alvarenga realizó un interesante análisis sobre los marginados de la ciudad de San Salvador, entre los que localizó a las prostitutas. Ella observó como la clase dominante salvadoreña trató de imponer un nuevo modelo de mujer entre 1880 y 1930 como parte de las nuevas estrategias de control social que eran presentadas al resto de la sociedad como consensuales y armónicas. La cordialidad no llegó y muchas mujeres de las clases populares fueron perseguidas como prostitutas. Por su parte, Bourgois vio como la compañía bananera (United Fruit Company) instalada en la parte sur de la costa Atlántica de Costa Rica promovió intencionadamente el desarrollo de la prostitución, la cual era segmentada por criterios étnicos como una estrategia más de la compañía para alentar deliberadamente la animadversión entre sus trabajadores y así canalizar el conflicto social. En tanto que la historiadora Virginia Mora detalló como las obreras capitalinas tuvieron a la prostitución como una alternativa más para paliar las abominables condiciones laborales y económicas. Finalmente, nosotros hemos planteado la existencia de una compleja red de factores que promovían el desarrollo de la prostitución entre las cuales estaba el capitalismo agrario y las políticas liberales de higienización.
La historia social sobre la prostitución apenas inicia en Centroamerica y Costa Rica, la complejidad de factores que intervienen en su desarrollo obliga al historiador plantearse la necesidad de considerar diversas categorías de análisis que examinen desde los aspectos económicos, sociales y culturales hasta los aspectos discursivos y de control social. Sin duda, los trabajos sobre la prostitución ya no pueden explicar el origen de este fenómeno desde perspectivas monocausales o deterministas. La búsqueda de las complejas interacciones sociales ha hecho a los investigadores replantearse el estudio de la prostitución como una campo de estudio multidisciplinario, que permita examinar las conexiones existentes entre la sociedad, la economía y la cultura escrutando factores como los mentales, los legales, la sociabilidad, la marginalidad, la pobreza, la familia y la vida cotidiana, entre otros. Es en este sentido, que los análisis europeos y estadounidenses sobre la causalidad del hecho de la prostitución se revelan como sugestivos y provocadores, pues son útiles en la medida que llaman a precisar las complejas interacciones entre los diversos factores ya señalados. De igual forma, los historiadores centroamericanos debemos prestar atención a las polémicas que surgen en países como Inglaterra, Francia, Italia, Alemania, España y Estados Unidos sobre los modelos de la transición o cambio que suceden en el hecho de la prostitución, pues permiten elucidar la utilización de diversas herramientas y sus posibles aplicaciones a las transformaciones que ocurrieron en nuestras sociedades.
C- LA TRANSFORMACIÓN DEL MÓDELO DE LA PROSTITUCIÓN. EL PROBLEMA DEL CAMBIO Y LAS TIPOLOGÍAS
A finales de la década de 1970, varias disciplinas de las Ciencias Sociales polemizaban sobre la influencia de las transiciones económicas en las transformaciones de las costumbres y las normas sociales; fue en ese contexto que muchos estudios de la prostitución se sumaron a esa discusión. Al existir varios investigadores que definían a la “ramería” como un hecho histórico (y como tal sujeto a las especificidades sociales, culturales, económicas e ideológicas de una época) les llevó inmediatamente a preguntarse por los cambios surgidos en la prostitución, tanto en su magnitud como en sus tipos. Rápidamente, estos investigadores optaron por defender la existencia de dos grandes modelos de prostitución: uno preindustrial (válido para las sociedades feudales y del Antiguo Régimen) y el otro moderno (asociado, desde luego, a las sociedades capitalistas industriales). Tal dicotomía era entendible, pues desde el decenio 1970 en las Ciencias Sociales se discutía ardorosamente sobre el transito de la sociedad feudal a la capitalista y sobre todo, por los cambios que producía dicha transición en una sociedad agraria. Muchos historiadores sociales todavía recuerdan como esta polémica se desarrolló con fuerza en la historia del crimen y de la marginalidad ([41]). Aún hoy son famosas las tesis que señalaban al periodo precapitalista como más violento y a las sociedades modernas como más proclives a atentar contra la propiedad antes que arremeter contra las personas. En mayor o menor medida, otras áreas de la historia como fueron la demográfica, la económica, la de la familia y las mentalidades sustentaron sus propios modelos y explicaciones sobre la transición al capitalismo.
En el caso de la historia de la prostitución varios investigadores han afirmado que la transición de las sociedades preindustriales a las industriales era observable conforme se consolidaba la profesionalización de las prostitutas y los burdeles, así como en el incremento y la extensión de la ramería, tanto en su número como en su diversidad. Varios estudios plantearon que en las sociedades feudales y del Antiguo Régimen la prostitución se caracterizaba por ser un fenómeno a pequeña escala, no comercializado, de dedicación parcial o estacional y donde era el peso de los factores demográficos lo que explicaban su origen, desarrollo y extensión ([42]). Así por ejemplo, historiadores como Jacques Rossiaud, Leah Otis y Lyndal Roper observaron como la distorsión del mercado matrimonial podía ser una causa del surgimiento y la aceptación social de la prostitución. Incluso, se afirmaba que este fenómeno cumplía funciones homeostáticas al impedir que los solteros, organizados en sociedades llamadas abadías de juventud, atentaran sexualmente contra las doncellas y las damas de la sociedad. Tal vez el exponente más representativo de estas tesis sea el historiador francés Jacques Rossiaud ([43]).
La crítica al modelo de la prostitución medieval y del Antiguo Régimen nació desde muy temprano, los detractores de éste atacaron su simplicidad que tendía a encasillar toscamente la ramería preindustrial impidiendo el análisis de casos específicos. Así por ejemplo, en estos últimos 15 años, se ha demostrado la complejidad de las instituciones de justicia existentes en esos periodos. De este modo, se comprobó que en un mismo territorio se encontraban múltiples tribunales de tipo feudal, municipal, eclesiástico y monárquico cada uno de ellos funcionando bajo diferentes parámetros normativos; que tendían, a su vez, a entremezclarse constantemente con los principios reglamentarios y la jurisprudencia de otras instancias locales. Las contradicciones eran evidentes. Mientras unos juzgados toleraban o regulaban la ramería otros la perseguían; a veces unos ejecutaban penas flexibles y en otros aplicaban insólitas puniciones. En varias ocasiones, una instancia, pero de otro territorio, interpretaba los delitos de una forma totalmente diferente a su homologa, ubicada a pocos kilómetros de distancia. Semejantes situaciones han llevado a que los historiadores tengan que acercarse a las magistraturas menores y reevaluar tanto la tipología de las causas como los mecanismos de sanción aplicados. Una consecuencia de lo anterior ha sido que muchas conclusiones sobre el desarrollo de la prostitución feudal no pueden ser generalizables hasta tanto no se compruebe la representatividad que tiene tanto la instancia judicial que es analizada como sus formas de proceder.
Las fuentes medievales y del Antiguo Régimen no ayudan mucho al historiador, pues son excesivamente fragmentarias y los significados de la terminología variaban en el tiempo y el espacio en forma muy significativa. De este modo, los análisis cuantitativos o los textuales quedan bastante limitados. Muchos de los trabajos sobre la prostitución del Antiguo Régimen tienden a realizar comparaciones numéricas que en numerosos casos resultaban incoherentes e inoportunas. Otro tanto podría señalarse de los complicados análisis textuales que con frecuencia son proclives a la descontextualización llegando igualmente a conclusiones tan insensatas e inconvenientes como los conseguidos por los métodos estadísticos.
Asimismo, los trabajos de Natalie Zemon Davis además de señalar la importancia de la cultura popular en las relaciones de género y en la conformación de la comunidad, demostró que las abadías de jóvenes no se dedicaron exclusivamente a violar y acosar a las mujeres solas o a las que transgredían el orden comunal, tal y como las describía Rossiaud. Los charivaris, los saturnales, las abadías del mal gobierno y las múltiples diversiones populares también tuvieron funciones lúdicas y de denuncia a la prepotencia e injusticias del poder dominante. Asimismo, muchos de los ritos de violencia que ejecutaban esas instancias se llevaban a cabo en forma simbólica y rara vez utilizaban la fuerza o se excedían en su uso ([44]). El modelo homeostático de prostitución feudal o del Antiguo Régimen como prototipo ha encontrado muchas críticas. Pues si bien la ramería era tolerada como una forma de contener la concupiscencia juvenil no significa que realmente funcionara como una institución de estabilización de un mercado matrimonial cerrado.
Por su parte, investigadores como Elizabeth Brown realizaron fuertes críticas a los trabajos realizados por Leah Otis, entre ellas, señalaba una excesiva extrapolación del análisis sociológico a realidades diferentes a la moderna; la descontextualización de las instituciones medievales y de su complejo funcionamiento; una aplicación exagerada de los conceptos y las prácticas sexuales antiguas delineadas en los escasos documentos localizados; una confusión desmesurada en el uso de términos que variaron en el tiempo y por regiones; y una sobregeneralización o desvalorización tanto de los cambios en los estatutos legales como de los de los esfuerzos de rehabilitación moral de las prostitutas ([45]).
En la actualidad, los estudios de la prostitución medieval y del Antiguo Régimen tienden a no establecer de antemano un modelo de prostitución para cada período ni patrones de transición determinados. Esto por cuanto, procuraran observar las características propias del período o la región en estudio ([46]).
No obstante, los avances conseguidos aún persisten muchos investigadores que tienden a imponer una fuerte rigidez teórica y metodológica al tratar el problema de los modelos y la transformación en el hecho de la prostitución. Así numerosos científicos sociales no se preocupan por adecuar las nociones foucaultnianas, estructuralistas y postmodernas al contexto histórico reinante. De este modo, bastantes investigadores al adoptar esos enfoques sacrifican el contexto y el cambio social por privilegiar un sistema binario de oposiciones transhistóricas y transculturales, así constantemente se contraponen períodos históricos utilizando supuestos antagonismos tales como espacio público / espacio privado; patriarcal / moderno; mujer pasiva / mujer protagonista; y desafecto / amor, entre otros ([47]).
En otras ocasiones, diversos científicos sociales optan por los procedimientos de deconstrucción de conceptos, observando la multiplicidad de significados que tiene un texto o un discurso; así términos como placer, inocencia, independencia, prostituta, o mujer honrada tienden a ser despojados de la trama social que los generó. Así por ejemplo, se presupone que cada palabra tiene dentro de sí diversos símbolos y significados ocultos con claras funciones disciplinarias o de control social, aspecto que tratan de explotar al máximo. La misma suerte ha corrido el método de la intertextualidad. Muchos investigadores del hecho de la prostitución lo utilizan como una variante tanto del modelo deconstructivo como del sistema binario de oposiciones; pues lo aplican para ver las representaciones encubiertas en los textos procurando, esta vez, cotejar los sentidos inversos de las palabras. Así por ejemplo se buscaría definir el concepto social de mujer pudorosa recurriendo a la antítesis ingenua / independiente ([48]).
En general, diversos investigadores del hecho de la prostitución que adoptan las orientaciones foucaultnianas, estructuralistas y postmodernas ofrecen exquisitos e interesantes relaciones entre los múltiples significados de las palabras, las complejas dicotomías conceptuales y los móviles textuales que permiten adentrarse en el espacio ideológico y cultural de una sociedad, pero han sido criticados por su poco valor explicativo cuando son aplicados a realidades concretas donde es imprescindible observar el cambio social; la importancia de los significados en esa sociedad y los mecanismos de interiorización ideológica, simbólica y cultural de tales conceptos en el resto de la sociedad ([49]). La realidad se revela al historiador como compleja, cambiante y difícil de reducir en modelos estáticos y sin mayor preocupación por las diferencias sociales sean estas clasistas, étnicas o de genero. En el caso de los estudios sobre la prostitución es indispensable crear un aparato interpretativo que considere su complejidad, sus constantes transformaciones y la incuestionable desigualdad social presente en este fenómeno.
En el caso de América Central también se ha planteado el problema de las transformaciones, aunque debemos reconocer que los debates más formales se han dado en la denominada historia económica y demográfica; los cuales sitúan un desarrollo precafetalero o precapitalista y otro agroexportador o capitalismo agrario ([50]). Los pocos trabajos centroamericanos sobre la marginalidad, el crimen y la prostitución recién se plantean el reto de como abordar la causalidad de estos fenómenos en un contexto donde lo que predominó fue el desarrollo del capitalismo agrario, fenómeno que tuvo significativas variantes con respecto al capitalismo industrial y a los procesos de urbanización desarrollados en muchas partes de Europa y Norteamérica. El reto de estos investigadores consiste en retomar las líneas de trabajo realizadas en otros contextos y adecuarlas o replantearlas para el caso centroamericano.
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LA PRECISIÓN CONCEPTUAL DEL HECHO DE LA PROSTITUCIÓN.
A- DE LA INGENIERÍA SOCIAL A LAS TECNOLOGÍAS DE PODER
La influencia de Michel Foucault en la historia de la prostitución se mantiene vigente aún hoy en día a través de múltiples seguidores; sin embargo, varios historiadores observan un pronunciado agotamiento explicativo de su modelo de análisis; en especial, cuando se pretende esclarecer la compleja red de relaciones sociales, económicas y culturales que rodean al hecho de la prostitución ó cuando se quieren realizar análisis microhistóricos o de la cotidianiedad.
El éxito que tuvo Foucault y varios de sus seguidores, en diferentes áreas de la historia social, fue el de determinar como a partir grandes cambios, colapsos socio económicos ó considerables transformaciones en la estructura económica las clases dominantes iniciaban proyectos de ingeniería social; por consiguiente, con estos planes la élite buscaría, en última instancia, lograr la supremacía social ó su hegemonía ([51]). No obstante, muchos simpatizantes del modelo foucaultiano han llevado tal argumentación a sus últimas consecuencias, con lo cual ese predominio clasista es presentado siempre como racional, totalizador y victorioso. Por añadidura se desprende un predominio del enfoque inmovilista y favorecedor de la pasividad social. De esta forma, en bastantes investigaciones que dicen inspirarse en Foucault presentan a la clase dominante manipulando en forma absoluta y efectiva a los sectores subalternos, aspectos que indudablemente obscurecen el empuje de estos sectores contra las decisiones dominantes ([52]).
La teoría foucaultniana explicaba que la “ingeniería social” consistía en la creación de una multitud de “instituciones totales”, cada ente poseía una gran coherencia interna y con una lógica que le bastaba para reproducir sus normas por sí misma ([53]), entre tales instituciones Foucault mencionaban a la cárcel y a las clínicas, a las que luego sus seguidores agregarían los orfanatos, los reformatorios, las entidades de regulación, las instituciones de vigilancia y control social, las comunidades, las familias y, en fin, cualquier organismo que ejerciera algún rol o función de autoridad ([54]). Las transformaciones radicales que sufrieron varias instituciones como las cárceles, los hospitales y los asilos, entre otros, durante el Siglo XVIII y XIX, tanto en Europa como en América, avalaron las tesis foucaultnianas sobre la emergencia de una sociedad disciplinaria junto con el capitalismo industrial ([55]).
En el modelo foucaultniano, aplicado por diversos investigadores al estudio de la prostitución, las instituciones totales como el burdel, la cárcel, el hospital, la comunidad y la policía, entre otras, eran las que al final de cuentas producían una “tecnología del poder” que fundamentaba la nueva ingeniería social imperante. No obstante, el desarrollo de tales entidades era sumamente complejo y a la vez contradictorio. En efecto, cada institución tendría una actividad específica (controlar a las mujeres solas, a los jóvenes solteros y disciplinar al supuesto “populacho”, entre otras) con políticas propias y mecanismos de auto reproducción distintivas. A pesar del aparente aislamiento y desvinculación de las entidades de control en la realidad éstas formarían una compleja red interdependiente de dominación. La organización del sistema sería garantizada por las múltiples fuerzas que empujaban hacia intensificación de la disciplina ([56]).
Para bastantes foucaultnianos, que estudian el hecho de la prostitución, las diferentes medidas en la moralización de las costumbres, la civilización de los sectores populares, la creación de las relaciones del genero, el dominio de la censura sexual, la hegemonía clasista y la creación de estereotipos sociales (tales como la fidelidad, el honor, la condición femenina débil y disoluta, entre otros) eran ejemplos manifiestos de como las diversas instituciones se interconectaban y producían un dominio clasista efectivo en el caso de la prostitución ([57]). La aceptación del poder clasista por el resto de la sociedad se debía a como cada institución creaba una serie de símbolos que encubrían y enmarcaban el descarado ejercicio del poder dominante ([58]). La legitimidad, en consecuencia, era lograda gracias al denso velo simbólico impuesto por la clase dominante.
Para Foucault, lo novedoso del proyecto social burgués fue la introducción de nuevos procedimientos de control que dejaron de castigar el cuerpo para proceder a disciplinar las costumbres. Así en las cárceles se procedía a imponer la subordinación al trabajo y establecer inflexibles pautas de comportamiento, cosa que tendía a repetirse en cada una de las instituciones totales como podían ser los reformatorios y los hospitales ([59]). En el caso de la prostitución, muchos investigadores vieron lo oportuno de los argumentos de Foucault. Para ellos, en el transcurso de los siglos XIX y XX, la ramería tuvo un papel sui géneris que facilitaba aplicar los diversos conceptos foucaultnianos. La peculiaridad de la prostitución era dada por varios hechos, de los cuales habría que destacar dos. Por una parte, estos investigadores vieron que existía en las leyes penales y de policía una clara intención de crear nuevas relaciones de genero normalizando los conceptos de masculinidad y feminidad. Por otra parte, observaron que el fenómeno de la prostitución podía entrar en la categoría de las instituciones totales y como tal formar parte de la intrincada red de control social. Tales argumentos han dado pie a que algunos investigadores aplicarán este análisis como válido para cualquier sociedad y momento de su historia realizando únicamente pequeños cambios de matices ([60]).
La inconsistencia y ligereza de diversos trabajos que se decían inspirar en Michel Foucault así como la debilidad del modelo foucaultiano para explicar la cotidianiedad hizo que un concepto marginal dentro de la teoría foucaultiana como era el de micro poder ganará terreno. Así por ejemplo, diversos estudios realizados por los discípulos de Michel Foucault sobre la familia y las comunidades amarraban a estas instituciones en el círculo eterno del poder y de las instituciones totales, esta vez bajo el concepto de micro poderes de control. Como demostraron otros investigadores ni la familia ni la comunidad fueron recipientes pasivos al cambio social, o tuvieron sólo el rostro ominoso del control social. Ambas colectividades crearon estrategias de supervivencia y de impugnación social, seleccionaban la adopción de las novedades que sucedían a su alrededor, preservaban las tradiciones que convenían en las nuevas situaciones y desechaban tanto los hábitos obsoletos como las conductas extrañas ó peligrosas ([61]).
Los nuevos ámbitos de investigación tienden a ver lo inconsistente e incoherente que resulta la aplicación rígida e inmovilista que diversos estudiosos de la prostitución hacen del modelo foucaultniano del micro poder al estudiar la cotidianiedad de las meretrices ([62]). La aceptación de este concepto implica sacrificar de entrada la dinámica propia de las comunidades y las familias; ignorar los procesos de cambio y las diferentes reacciones que sucedieron en esas instancias; así como desdeñar las variaciones lógicas que hubo por región, clase y grupo cultural. Del mismo modo se correría el riesgo de desconocer la lucha cotidiana de las prostitutas en las cárceles y hospitales, las redes de ayuda comunal que creó y el conflicto social generado en las vecindades que ella vivía. De esta forma la aplicación predominante del concepto micro poder se revela como un esquema tautológico que no soporta interpretar la realidad social más concreta ([63]).
B- IMPORTANCIA Y PROBLEMAS DE LA COTIDIANIEDAD PARA LA HISTORIA SOCIAL DE LA PROSTITUCIÓN.
La cotidianiedad como categoría de investigación es muy reciente en las ciencias sociales, y aún más en la historia. Casi todos los autores, la equiparan con la vida completa de los seres humanos; por ello se considera siempre presente, eternamente absorbente e infranqueable; únicamente, la reflexión y la toma de conciencia de la vida diaria, por parte del individuo, permiten transcenderla ([64]).
El valor explicativo de las definiciones de Heller y Lefebvre no se halla en la supuesta dictadura de la vida cotidiana, o de su poder esclavizador sobre el individuo, tal como han derivado diversos análisis foucaultnianos que irrumpen en los estudios micro históricos. Todo lo contrario, los estudios sobre la sociabilidad y la cotidianiedad certifican la riqueza y heterogeneidad de las vivencias diarias, pues en ese ámbito se fermentan las contradicciones sociales y las estrategias de sobreviviencia; de esta forma el espacio cotidiano se convierte en un lugar de confrontación y replica a las aspiraciones de los grupos dominantes. Diversos historiadores sociales, en especial los microhistoriadores italianos, observan como tanto los altercados, la colaboración, las contradicciones sociales, las solidaridades como los avatares y los enigmas de la vida diaria se concretan a través del contacto cotidiano ([65]).
Los procesos de enlace entre el individuo y su vida se logran a través de diversos medios; no obstante, la experiencia adquirida y las representaciones que la persona se haga de ella son fundamentales para la edificación de la existencia cotidiana; pues estas no se hacen fuera del contexto social del sujeto, sino que se realizan en estrecho contacto con el. Al ser la vida cotidiana algo común a todo ser humano, tanto las conexiones socioculturales como los distintos procedimientos que la originan tienden a reproducirse continuamente. En ese desarrollo la vida cotidiana se crea y se transforma incesantemente, pues es el marco básico donde los individuos se relacionan entre sí y donde las experiencias y las representaciones (tanto sociales como individuales) se retoman, se desechan o se adaptan según las circunstancias que se impongan en ese momento; por ese motivo los historiadores observan que en la vida cotidiana el carácter histórico tiende a imponerse siempre. Así por ejemplo, el historiador puede contemplar aún en las mudadizas sociabilidades o en las aparentemente inconstantes estrategias de sobrevivencia social que realizan ciertos sectores sociales formas ingeniosas de desafío a los principios hegemónicos de las clases dominantes, gestadas en el seno mismo de la cotidianiedad.
Como se puede entrever existen diferencias entre el modelo foucaultniano y la vida cotidiana. Mientras el primero observaba a la cotidianiedad como una forma de perpetuación de la dominación con leves fracturas; la otra vería a las disidencias y la creación de nuevas formas de desarrollo social como constantes sociales y sensibles a las innovaciones que ocurren en la experiencia grupal e individual.
En los últimos veinte años, la importancia teórica y explicativa de la categoría vida cotidiana ha hecho que la historia se interese cada vez más en ella. Puesto que tiende a esclarecer otros escenarios donde se desarrolla el antagonismo social, entre grupos dominantes y sectores populares. A diferencia de los modelos ahistóricos, propios de varios de los seguidores foucaultnianos y de la teoría de juegos ([66]), el estudio de lo vivencial y la dimensión cotidiano se articula en la relación que existe entre los individuos, los cuales entran a formar parte de un contexto social mayor, el cual es por cierto es histórico.
Considerando los principios históricos, los análisis de Goffman, Sacks, Shegloff y Jefferson han sido retomados, esta vez observando los mecanismos que utilizan los individuos para relacionarse con sus espacios y congéneres. Los historiadores comienzan a ubicar los diversos procesos que se desarrollan en la cotidianiedad, que van desde el cómo se organizan los individuos en comunidades hasta ver cómo actúan en problemas de moral, política, convivencia y conflictos ([67]).
Según A. Heller y E. Goffman, los individuos establecen una relación face-face (cara a cara). En ella siempre se verifica un “microsistema social”, relativamente regulado. Este funciona como pequeñas realidades pasajeras donde actúan los encuentros de las personas. Este "mundo" expresa un orden social que, sin embargo, es volátil, fluctuante y provisorio donde se admiten ciertas violaciones al orden social construido, siempre y cuando no se destruya la normalización de los espacios ([68]). Aunque existe una relativa flexibilidad, pues se permiten ciertos quebrantos a ese orden en forma individual o grupal. En contraparte a estos investigadores y a su defensa de lo circunstancial, los historiadores tienden a rescatar aquellos atributos rupturistas de la vida cotidiana que tienden a fragmentar la cotidianidad para afirmarla, pero con contenidos sociales modificados o reconvertidos según las nuevas exigencias del contexto social.
Los historiadores han enfatizado que la vida cotidiana no es un micro-sistema autosufiente, autónomo y autorregulado. Es por el contrario una interacción social que esta creando culturas, identidades y sociabilidades a través de procesos lógicos que tienden a difundirse y reafirmarse en lo obvio, la rutina, las costumbres, la actividad lúdica, las tradiciones y las leyendas ([69]). En Europa y en América Latina, se ha observado la recreación de las culturas y sociabilidades populares, en sitios tan diversos como son las barriadas, las tabernas, las hostelerías, las cantinas, los clubes de estudio y las bibliotecas barriales, entre otras ([70]). Estas investigaciones observan como los grupos dominantes trataron de controlar y civilizar lo vivencial y lo cotidiano para perpetuar las jerarquías sociales; en especial, a partir de la consolidación del capitalismo. Asimismo, quedó documentado como la respuesta de los sectores populares varió de sitio en sitio y en el tiempo según el cumulo de experiencias propias heredadas ([71]). En suma, lo vivencial y lo cotidiano son problemas teóricos para el historiador que desee observar el conflicto social desde sus raíces y no en sus consecuencias terminadas.
C- REVALUANDO ALGUNOS CONCEPTOS POLÉMICOS
Las diferentes perspectivas y enfoques que se realizan sobre el hecho de la prostitución han debido replantearse la terminología empleada, solicitando a sus colegas una mayor rigurosidad y precisión del léxico empleado. Así conceptos de uso habitual como pánico social, patriarcado, época victoriana y romántico, ó “era del amor”, tienden a ser replanteados.
El concepto pánico social es uno de estos términos que tienden a ser utilizados indiscriminadamente y cuya presión es sumamente necesaria. La popularidad de este término dentro de los historiadores de la marginalidad y del control social no ha llevado a precisar su significado, que aún hoy se caracteriza por ser demasiado genérico. Incluso, en muchos trabajos la expresión tiende cada vez más a confundirse con sus significados populares. De hecho el término pánico apunta, en el lenguaje común, a un miedo intenso sin una causa justificada ó que tiene como fundamento acontecimientos repentinos e incontrolables tales como un cataclismo súbito o una amenaza impensada o extremadamente cercana; lo apresurado del hecho hace que las personas reaccionen en forma insensata o irracional ([72]).
Observando los análisis hechos por Steven Palmer sobre el consumo de heroína en los años 30 en Costa Rica se descubre que más que pánicos sociales con lo que se encuentra el investigador son con alarmas sociales que utiliza la clase dominante, la jerarquía eclesiástica, los higienistas o los periodistas, entre otros, para exaltar los temores de una comunidad. El estudio de Palmer evidenció esto; pues fueron los periodistas y las autoridades sanitarias las que previnieron al resto de la sociedad costarricense sobre la eminente amenaza de la expansión de los drogadictos. Los periodistas costarricenses recurrieron a la conmoción y al sobresalto social con claros propósitos morigeradores. Estos tipos de alarmas fueron recurrentes y servían para prevenir supuestas propagaciones indeseables tales como la delincuencia juvenil, la prostitución o las enfermedades venéreas. En consecuencia, la intranquilidad que difundían los periodistas permitía renovar los discursos de odio, intolerancia o sifilofóbicos, según lo exigieran las circunstancias ([73]).
El término paternalismo es otro concepto que demanda una mayor precisión terminológica. De momento, se aplica indistintamente a cualquier sociedad o grupo que tienda a reproducir o aceptar la conducción del padre, o donde se crea que el progenitor subordina íntegramente al resto de los miembros familiares. No obstante, el vocablo paternalismo también se puede acomodar a todas aquellas actitudes donde el procreador ejerce algún papel substancial en la familia. La historiadora Eugenia Rodríguez, en un recuento historiográfico sobre la historia de la familia en América Latina, observó estos conflictos de significados. Así ella menciona como el patriarcalismo es presentado en varios estudios como un fenómeno que fue erosionado en el siglo XIX, siguiendo la misma tendencia europea. Según varios estudios que ella reseñó, se señala como causa del deterioró del poder paternal el surgimiento e imposición de los matrimonios por amor. Esta nueva práctica inutilizó las antiguas estrategias de reproducción familiar basadas en la consanguinidad, el prestigio y las dotes con lo cual el patriarcalismo se desdibujó dando paso a otras prácticas familiares propias de las unidades de producción doméstica donde las alianzas matrimoniales se conjugaban con la acumulación de capital; sin embargo, a pesar de esta supuesta tendencia muchas investigaciones siguen utilizando el vocablo patriarcalismo aún para estudiar grupos familiares sumamente recientes ([74]).
Por su parte, los trabajos de Joan Bestard cuestionan los conceptos de matrimonio romántico o por amor, que aluden a nuevos periodos históricos donde predomina un sentimentalismo extremo que expresaba ternuras inusuales; esto con el fin de contraponerlo a otros periodos, en especial los preindustriales, donde dichas emotividades no existían. Bestard polemiza con historiadores como Philippe Aries y sus seguidores que construyen tipologías y transiciones familiares y sociales a través de inciertos y polémicos argumentos que ciertamente no prueban la transición real de las formas de emotividad social ([75]).
Finalmente, el concepto de moral victoriana como hemos visto ha sido largamente debatido por los historiadores de la prostitución con lo cual se tiende a revaluar los argumentos que explican el desarrollo de la ramería únicamente por una moral que producía maridos frustrados, esposas cohibidas e histéricas, la victimización absoluta y universal de las mujeres que entraban en la prostitución; el pánico por la sexualidad, o el miedo extremo a lo erótico, a las emociones y al genero femenino.
En suma, las objeciones a esos conceptos se sitúan en la ausencia de claridad; las carencias empíricas; las dificultades para comparar su desarrollo y evolución con otras sociedades o periodos; y la circunscripción de esos términos a valores tajantes y absolutos que no permiten apreciar las diferencias sociales, geográficas y temporales.
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LA VIDA COTIDIANA: DEL PROBLEMA TEÓRICO A LO VIVENCIAL
La elaboración de un marco teórico y metodológico de referencia sobre los grupos subalternos y marginales requiere cada vez más considerar la cotidianiedad de estos sectores con el fin de lograr examinar las múltiples coordenadas del fenómeno social que estudiamos, tales como: su diversidad, sus tendencias o trayectorias, o simplemente observar el cambio social. Al interrogarse sobre la vida diaria permite advertir el funcionamiento de ciertas categorías sociales tales como el género, la clase o la etnia. Asimismo, sin abandonar el concienzudo análisis fáctico, el historiador al considerar la cotidianidad como parte de su metodología de trabajo puede acercarse a los individuos en su sociedad y su época; detectando las diferentes estrategias de sobrevivencia que aplicaron, o sencillamente examinando cómo vivieron y denunciaron las relaciones sociales y de producción de su tiempo. Del mismo modo, al escuchar la voz de los actores sociales en sus espacios cotidianos, el historiador puede explicar fenómenos tan diversos como los comportamientos colectivos, las motivaciones grupales, los lenguajes sociales y las formas intrincadas en que se apelaba a la memoria colectiva o a la sensibilidad colectiva en determinados acontecimientos o periodos.
El estudiar la cotidianiedad de los grupos denominados marginales, criminales y pobres ha abierto no sólo nuevos temas de investigación sino también a permitido salir del circulo vicioso de poder y control que algunos investigadores reducían a un sistema de “instituciones totales”. En la actualidad, preguntarse por la cotidianiedad de las meretrices, por ejemplo, lleva a analizar los procesos de sociabilidad; la importancia de los conceptos de etnia, clase, cultura y genero; la existencia o no de una subcultura de la prostitución; el comportamiento de los diferentes tipos de prostitutas y los conflictos entre ellas; el papel del proxenetismo la clientela y el burdel tanto en la evolución de la prostitución como en su funcionamiento y la creación de “ideografías” sociales desde la misma comunidad y no sólo las insertadas por la simbología de la clase dominante. La riqueza de los nuevos análisis ha llevado a replantearse el hecho de la prostitución. Como hemos señalado, muchos de los trabajos, incluso los de clara inspiración foucaultniana, han debido enfrentarse al problema de explicar la realidad por lo que la polémica sobre la cotidianidad de los denominados grupos marginales promete ser muy rica en argumentos e indagaciones. Precisamente, por esto en los siguientes apartados presentaremos diversos elementos que deben ser considerados por el historiador que pretenda entrar en el mundo de la cotidianiedad, en especial a esos espacios tan frecuentemente cercanos a las prostitutas como fueron la vecindad, la cárcel, el hospital y el burdel.
A- LOS BARRIOS Y LAS VECINDADES. UNA ESFERA DEL CONTACTO COTIDIANO
Según Agnes Heller, el contacto diario entre grupos sociales es influido por la experiencia y las representaciones que se haga el individuo sobre sí mismo y sobre los otros; el límite de la relación cotidiana entre las personas sería la frontera que ponen las mismas acciones del sujeto. De esta forma, serían las personas las que tienden a reproducir su vida en torno a los valores, experiencias y representaciones que ellos mismos gestan en su acción individual enmarcadas en un contexto mayor ([76]).
Lo anterior puede leerse complicado, pero simplemente trata de explicar cómo el individuo reproduce aptitudes y conductas sociales dentro de una trama social en la cual realiza la mayoría de sus actividades diarias. Así por ejemplo, es evidente que las prostitutas que estudiaremos convivieron con otros grupos sociales a los cuales podemos denominar genéricamente como sus vecinos; por ende, las acciones y aptitudes de unos y otros tendían a encontrarse, por lo cual podían establecerse o no ciertas fronteras o límites. El aspecto más negativo de esa relación fue presentado por Michelle Perot. Según él, los vecinos ejercían un asiduo control y se convertían en incomodas y mortificantes fuerzas de vigilancia perennes ([77]). De acuerdo con esta perspectiva, las barriadas, en Europa y muy posiblemente en Costa Rica, se convirtierían en un punto intermedio entre el hogar y el resto de la sociedad donde la vigilancia se mantendría siempre garantizada pues unos y otros siempre se supervisarían ([78]). La otra faceta, menos inexorable y opresiva vería a las comunidades como un punto convergencia de identidades y de subversión social, que permitirían tanto la recreación de las culturas populares como el surgimiento de proyectos sub-políticos contestatarios al orden dominante; sin olvidar la creación de espacios de protección o la formación de extensas redes de solidaridades familiares y de amistades.
Estas dos caras del contacto cotidiano no obvian la posibilidad de que los individuos entrasen en conflictos también entre ellos. La creación de las culturas populares llevaba implícito la formación de valores y pautas normativas, que en muchas veces se presentan en forma contradictoria o diversa según los grupos que integren las clases populares.
En cualquier caso, las barriadas populares, a pesar de su diversidad socio cultural, tendieron a formar una colectividad y convertirse en un espacio de interacción múltiple. En Europa, las investigaciones históricas han rescatado el estudio de los valores comunales. Varios investigadores han señalado, para la Edad Media europea, diversas medidas de control que ejercían las sociedades juveniles en sus propias comunidades. Las cencerradas o charivaris contra los adúlteros, las cónyuges engañadas o golpeadas, esposos maltratados por sus mujeres, viudos libidinosos y los divorciados, entre otros, fueron parte de la defensa que hacia la comunidad ante los peligros reales o imaginarios que se les aproximaban; pero también los charivaris ocasionaban, en algunas ocasiones, diversas disputas. En consecuencia, la forja de la identidad comunal producía tanto la reafirmación de solidaridades (fueran estas permanentes, obligatorias o temporales) y la creación de lazos de apoyo y resguardo social como conflicto al generar competición, antagonismos o suspicacias del más diverso tipo ([79]).
El chismorreo o cuchicheo tuvo también ese doble carácter, pues por una parte fue un elemento vital de la interacción cotidiana, y por otro, fue utilizado como un medio de sanción social dentro de las comunidades. En este último caso, el poder de la “maledicencia pública” permitía que actuaran los grupos comunales o autoridades ([80]). En el caso Costa Rica, durante 1850-1859, se ha determinado que si bien no existieron las cencerradas o formas de “auto-control”, donde las comunidades tomaran la justicia por sus manos; si existía el chisme como forma de presión para que actuaren las autoridades o parientes ([81]). De esta forma, el cotilleo como sanción social se enmarcó dentro de un proceso más amplio de integración social y la creación de valores comunales.
La relación entre los vecinos y las prostitutas en las comunidades es un aspecto que ha ignorado la historia de la prostitución hasta el momento. En el caso costarricense, la riqueza de los expedientes policiales y de los informes de “buena conducta” señalan la posibilidad de adentrarse en esas relaciones cotidianas y entender cómo comprendían los sectores populares los nuevos conceptos de familia, honor, libidinosidad y respetabilidad con que eran hostigados por el discurso dominante.
B- LOS ANÁLISIS DE LA SOCIABILIDAD
Este tópico ha sido estudiado por diversos investigadores de la prostitución. Esto debido a que los muchos trabajos pusieron el énfasis en los discursos sanitarios y las reglamentaciones, las cuales tendían a proporcionar lujosos detalles de los más diversos aspectos de la sociabilidad que debían controlar. En efecto, los historiadores encontraron como la clase dominante al justificar el establecimiento de burdeles como un medio para garantizar su estabilidad patrimonial pormenorizaba cuidadosamente las horas, los precios, los vestidos y los tipos de recreaciones, entre otros, que podían darse en los diferentes lupanares que ellos toleraban, evidenciando así una gran preocupación por controlar la sociabilidad popular ([82]). Asimismo, otros investigadores examinaron como el discurso dominante le otorgaba a los burdeles el rol de proteger la herencia biológica a través de diversas medidas tales como sugerir a los clientes el uso de diversos instrumentos de limpieza, garantizar ciertas prácticas profilácticas en los lupanares y evitando el quehacer sexual de las prostitutas enfermas; gracias a la minuciosidad de las ordenanzas podemos conocer como las medidas higiénicas y de control que se insertaban dentro del ambiente recreativo propio de las casas de citas ([83]). Finalmente, habría que agregar que en las zonas de guerra la reglamentación de las mancebías se enmarcaba en la protección de los soldados y en mantenimiento de la seguridad política de los territorios ocupados; en consecuencia la sociabilidad de los soldados y de las meretrices tendió a ser vigilada y regulada, con lo cual también en este caso existen interesantes datos sobre el dominio de los espacios lúdicos ([84]).
En cualquiera de las tres situaciones reseñadas, los investigadores de la prostitución observaban la vinculación del burdel con el entramado urbano, donde rápidamente se descubría el papel de éste en la sociabilidad citadina. En consecuencia, los historiadores no sólo examinaban las formas de entreteniendo de las clases dominantes sino que también atisban algunas prácticas de esparcimiento popular donde, al parecer, el burdel jugaba un rol valioso tanto para la diversión de la élite como para las clases populares. Como bien anotó Margareth Rago, para el caso de Sao Paulo entre 1890-1930, el lupanar tendía a insertarse o ha ser acoplado al mundo del placer y la sociabilidad de la ciudad. La urbanización y la complejidad social creaban formas de recreación más extensivas tales como los bares, cafés, salas de baile, hosterías, entre otros, donde la ramería tendía a entremezclar desde famosos "dandys" y bohemios hasta impetuosos jóvenes lujuriosos y humildes campesinos y artesanos ([85]).
La importancia de los burdeles en el desarrollo de las formas de sociabilidad de sus clientes ha llevado a investigadores como Gilfoyle, Best, Rosen y Flinnegan, entre otros, a establecer que estos negocios fueron epicentros substanciales de una subcultura urbana. Para Gilfoyle la libertad sexual masculina generaba en la sociedad un grupo de hombres agresivos que con sus entretenimientos cotidianos se insertaban y estimulaban el submundo de la prostitución. Ruth Rosen enfatizaba el ostracismo de la cultura de la prostitución donde la victimización y la hipocresía social tendían a enclaustrarla y a diferenciarla del resto de la sociedad. Así a pesar de ese aprisionamiento en esta cultura se gestaba un particular y dinámico folklore reflejado en un humor distintivo; un argot propio; la creación de nuevas identidades (a través de apodos acordes al comercio sexual que querían realizar las prostitutas); la creación de relaciones sui géneris entre las madams y sus pupilas, que podían ir desde la amistad hasta el amor lésbico; así como los peculiares afectos y fidelidades de las rameras con los chulos, todo ello generaba, según Rosen, una cultura desviada pero propia que podía ser catalogada como una sub-cultura ([86]).
En tanto, Joel Best veía en esta supuesta subcultura un conjunto de pautas que llevaban a las prostitutas a crear y consolidar una carrera profesional desviada donde se observaban patrones de movilidad laboral, formas de reclutamiento y comportamiento que explicaban, según él, tanto las contingencias como los cambios dados en este oficio ([87]). Para Saundra Pollock Sturdevant y Brenda Stlotzfus esta subcultura se relacionaba directamente con la industria sexual que obligaba a las mujeres a vestirse y actuar de formas determinadas con sus clientes; al mismo tiempo ellas se veían impulsadas a articular formas de defensa conductal y discursiva. Para Sturdevant y Stlotzfus, el alcoholismo, la ingestión de drogas y la auto justificación formaban parte de los mecanismos de protección que implementaban las prostitutas para soportar las duras condiciones de trabajo existentes en los prostíbulos ([88]).
En nuestra opinión, las perspectivas citadas enfocan más a una serie de destrezas, habilidades y estrategias que tenían las prostitutas en su vida diaria, más que a una sub-cultura propia e independiente del resto de la sociedad. De hecho si abandonamos los enfoques de la desviación y la anomia social que tienden de entrada a sancionar ciertas conductas como anormales el concepto de sub-cultura tendría a ser cuestionable por la gran carga peyorativa que subyace en su interior.
Según Roger Chartier la cultura es una y las diferencias presentes en los distintos grupos sociales se debe a las prácticas sociales establecidas por ellos, en las cuales se dan formas de apropiación cultural que le son muy propios o característicos ([89]). Chartier es partidario de que el historiador abandone todas aquellas ideas que ven a la cultura popular como un mundo aparte del resto de la sociedad; como una forma definida con relación a la cultura dominante, o como una simple perversión de la cultura oficial. Estas nociones deben ser reemplazadas, según él, por otras que busquen las prácticas de adquisición cultural de los sectores populares. Por nuestra parte, creemos que esta definición permitiría eliminar los prejuicios que ven en las manifestaciones culturales no dominantes formas culturales desviadas o subculturales. Abandonar los estereotipos subyacentes en el término subcultura nos permitirían reinterpretar como las prostitutas callejeras provenientes de las clases trabajadoras (como las que nos menciona Frances Finnegan) adoptaron estrategias para evitar la explotación, sobrellevar la preñez o el cuido de sus hijos, curarse de las enfermedades venéreas, escamotear los registros sanitarios, evadir la policía, o manejar a un cliente alborotador o violento. Observar tales estrategias nos permitiría conocer las relaciones cotidianas de las prostitutas que las podían acercar tanto a otras rameras como a sus comunidades vecinales ([90]).
Ruth Rosen incluso a observado como en los burdeles las “madams” cumplían roles familiares ([91]), dando nuevas perspectivas de la “alcahuetería” la cual no se reducía, exclusivamente, a la inmisericorde explotación, pues a la par de ella existían complejas formas de proxenetismo, tales como: las extra familiares, las conyugales y las maternales, sin olvidar al famoso chulo; de esta forma, cada uno de estos tipos de lenocinio escondía dentro de si complicadas motivaciones y relaciones interpersonales.
Por otra parte, es importante insistir en el papel del burdel como una institución afectada directamente por los deseos de la clientela, la cual tendía a transformarlo y diversificarlo ([92]). En los más recientes trabajos de investigación histórica, el cliente también es proclive a ser reinterpretado, después del ostracismo que imponían las escasas fuentes, los investigadores se inclinan por reevaluar su papel de explotador de la mujer, o la visión que los consideraba como seres frustrados por las dictatoriales reglas matrimoniales y sexuales de la época victoriana, por ejemplo. En efecto, al analizar la sociabilidad de los burdeles se encuentra que buena parte de la evolución de los prostíbulos en Europa se debe al incesante deseo de compañía, afecto y distracción y a la emergencia de una nueva cultura masculina. Desgraciadamente, los estudios sobre este sujeto apenas empiezan a surgir en la medida que avanzan los estudios sobre la cotidianiedad y la sociabilidad en la prostitución. En cualquier caso, lo evidente es que el burdel sirvió para estandarizar los servicios y racionalizar la prostitución como un servicio más, crear espacios de recreo, óseo y diversión sexual en un mismo sitio o negocio con lo cual debió atender a las demandas de la clientela en forma más ágil.
En cuanto la trascendencia del prostíbulo para la prostituta (a pesar de su función expoliadora) esta era dada por tres hechos. Como vimos el burdel podía reproducir roles propios de la cédula familiar, librando a las rameras de la explotación inmisericordiosa de los médicos, policías y usureros presentes en las calles; pero también permitía a la prostituta ganar dinero sin tomar los peligros propios de las callejuelas y esquinas oscuras; asimismo le podía significar a ella, en el futuro inmediato, un lugar ideal para crear su propio negocio. Hay que recordar que el proxenetismo podía ser manejado por las mujeres lo que facilitaba que muchas prostitutas no abandonasen del todo el oficio sino que se dedicarán a regentar burdeles, lo cual era una alternativa más que atractiva para muchas de ellas.
El análisis de la cotidianiedad ha permitido detectar los diferentes tipos de prostitutas (que curiosamente estaban muy lejos de las virtuales tipificaciones legales) y sus características particulares. Incluyendo esta perspectiva le es posible al historiador comprender la persecución de las mujeres solas, concubinas y mujeres jóvenes sólo observable a través de la lectura paciente de los expedientes policiales y municipales. Asimismo, es factible adentrarse, aunque sea parcialmente, en la prostitución clandestina y de las llamadas magdalenas o mujeres caídas. Este tipo de análisis ha encontrado que variables como la etnia, la edad, la movilidad geográfica, el estatus económico y educativa, el estado de salud y los ideales de belleza, entre otros, jugaron un papel fundamental para determinar los diferentes tipos de prostitutas que existieron así como la evolución que muchas de ellas siguieron en el oficio meretricio. Incluso, análisis más detallados de la cotidianiedad de las rameras posibilitan observar los diversos conflictos diarios que tuvieron las prostitutas entre ellas mismas.
Las reconsideraciones sobre el burdel, la sociabilidad y de la supuesta subcultura de la prostitución han llevado a su vez a reeplantearse el papel de las zonas rojas o de tolerancia. Estas entrarían a formar parte del entramado urbano tanto en el campo social, económico y cultural. Las nuevas perspectivas tienden a cuestionarse las visiones tradicionales que veían en los distritos de tolerancia ghetos desconectados y rechazados por la sociedad. Los diferentes trabajos, como los de Neil Larry Shumsky y Timothy Gilfoyle, observan a estos espacios como áreas rentables al comercio del cual salían jugosos dividendos no sólo para los denominados grupos marginales, sino también (y principalmente) para los respetables empresarios. Asimismo, estos territorios eran de esparcimiento tanto para la élite como para los sectores populares. Además, se ha observado en estos sectores complejas redes de colaboración y protección creadas tanto para proteger a los mercaderes del sexo, como para abrigar a las prostitutas y sus clientes de los imprevistos contratiempos ([93]).
C- LA CÁRCEL Y LOS HOSPITALES
La reconsideración de la vida cotidiana ha abierto nuevas posibilidades que tienden a precisar los efectos sociales y culturales del discurso dominante, especialmente en el estudio de las cárceles, reformatorios y hospitales; gracias a ello se están desarticulando rápidamente los argumentos de la historia episódica que veía únicamente los personajes, a primera vista, protagónicos del desarrollo carcelario y clínico ([94]).
Las primeras arremetidas contra la historia incidental, en el caso de hospitales y cárceles, fueron dados por el análisis de las formas discursivas presentes en las disertaciones y proyectos de ley. No fue casual que muchos investigadores trataran de reproducir los análisis de Michel Foucault sobre la cárcel y la clínica. Es así como diversos autores vieron la cara velada del control social, lejos de la rehabilitación que decían representar estas instituciones y donde diversos sujetos como las prostitutas debían pasar irremediablemente. Varios historiadores, en consecuencia, vieron a la cárcel y al hospital como los resultados lógicos de las políticas de higienización de la burguesía europea del S XVIII y XIX; comprobando así como ambas entidades nacieron bajos los preceptos de la segregación, la vigilancia, el rigor del trabajo y la disciplina de los sectores populares. Principios que se autojustificaban en una supuesta regeneración de los criminales, prostitutas y marginados que de ningún modo llegaron ([95]).
El énfasis en estudiar las políticas higienistas y de control social permitió precisar el momento de su consolidación, así como los nuevos roles que imponían a los presumibles descarriados sociales. Contrario a lo comúnmente pensado, se descubrió que la cárcel, como un lugar de encierro y de castigo, fue un producto reciente. Los italianos Dario Melossi y Massiano Pavarini establecieron la modernidad de tal institución. Ellos observaron como la cárcel y la pena no existían en las sociedades precapitalistas de Europa, pues en tales períodos, el castigo tuvo un sentido más expiativo y vinculado al pecado. Fue a inicios del S XVII en Holanda donde se introdujo la idea de la cárcel como casa de trabajo, disciplina y moralidad, así mismo como un espacio de segregación punitiva ([96]). Al parecer el hospital tuvo esa misma dimensión, por lo menos así lo hacen ver Michel Foucault, José Luis Peset, Elizabeth Lomax y Pat Thane ([97]). Estos autores señalaron como a mediados del siglo XIX, la idea de ingeniería social y de profilaxis se encontraba cimentada en la intelectualidad europea de la época, así como en las políticas de control.
En cuanto América Latina, otros investigadores, como Ricardo Salvatore, advirtieron como entre 1860 y 1870, la ideología dominante asumió los postulados de la antropología criminal; en especial, las teorías lombrosianas. Para finales del siglo XIX y principios del XX, varias clases dominantes latinoamericanos adoptaron esas ideas, en especial en Argentina ([98]). Este tipo de estudios permitieron analizar la imbricación entre la antropología criminal y las políticas de control de las clases dominantes tanto europeas como americanas y cómo éstas hicieron ver al hospital y a la cárcel como el remedio de todos los problemas sociales, entre ellos el delito y la prostitución. Historiadores como Alain Corbin demostraban como la ideología liberal poseía una versión terapéutica, positivista y eugenésica que trataba de moralizar tanto las costumbres de la élite como la de los sectores sociales, a través de los más diversos medios. Las ideas higiénicas aspiraron establecer guías sexuales de comportamiento; señalar los peligros del placer, el onanismo matrimonial y de la mujer; Así como explicar las formas correctas de amar y vivir ([99]).
En Costa Rica, la criminóloga Mónica Granados y el historiador Steven Palmer han sido de los pocos investigadores que se han adentrado en este tipo de estudios. Ellos han demostrado como la clase dominante costarricense, desde mediados del siglo XIX, procuraba establecer proyectos segregacionistas y regenerativos semejantes a los aplicados en Europa y otras regiones de América Latina. Por lo cual también en nuestro país la cárcel y el hospital se plantearon como centros de vigilancia y encierro ([100]).
El éxito de los trabajos que enfatizaron en la evolución de los sistemas de custodia y reclusión y sus formas discursivas fue logrado gracias a que rompieron con una larga tradición historiográfica de lo “incidental” o “positivista”; pero al igual que en otras áreas de la historia la de los grupos marginales fue incapaz de explicar fenómenos más concretos o la presumible asunción de los principios dominantes por el resto de la sociedad. Como hemos reseñado en otros para otros campos historiográficos, en la actualidad las nuevas líneas de investigación se proyectan hacia diferentes direcciones pero enfatizan (con diferentes ángulos y perspectivas) en el estudio cotidiano de estas instituciones y de los agentes sociales inmersos en las diferentes tramas sociales. En efecto, se pueden numerar diversos campos donde se observaban estas innovaciones. Por una parte, están los trabajos que siguen considerando el discurso carcelario e higiénico pero que tienden, cada vez más, a contemplar a los sujetos que se hayan en el interior de tales instituciones. Así por ejemplo, se analizan las actuaciones de los doctores en las curaciones de las enfermedades venéreas ([101]); se examina el sufrimiento experimentado por los pacientes con los diferentes tratamientos ([102]); y se advierte la imposición de roles y conductas sociales a los internados ([103]). Estos análisis han permitido descubrir las ideografías y simbolismos sociales que se creaban alrededor de los entes hospitalarios; pero principalmente como variaban estas según avanzaban la divulgación de los nuevos hallazgos médicos, se insertaban las nuevas técnicas, instrumentos y procedimientos terapéuticos. Asimismo, los historiadores no han dejado de observar los conflictos cotidianos que acaecían entre los mismos doctores y entre éstos y sus enfermeras y pacientes. Por consiguiente, no son extraños los análisis históricos donde se detallan las ingeniosas triquiñuelas que perpetraban las prostitutas y demás enfermas para evadir los registros sanitarios o simplemente engañar a los médicos.
Otro sendero de estudio de los investigadores ha sido estimar el verdadero impacto de las teorías y políticas eugenésicas tanto entre los sectores sociales considerados altamente peligrosos como en el resto de la sociedad. Esta vía de indagación esta permitiendo ver las consecuencias sociales de tales políticas, en especial la vigilancia a las madres; la fiscalización y el acorralamiento que sufrieron las parteras; y la estigmatización de las curanderas y amantadoras, todo ello signo de una marcada disputa entre la cultura de los sectores populares y la defendida por las clases dominantes.
Un área de investigación que esta dando nuevas perspectivas sobre el control social es aquella que examina las relaciones entre las diferentes autoridades y el cumplimiento de los principios legales. De especial interés son las disputas concretas entre las municipalidades y el Estado, así como los antagonismos entre médicos, juristas y policías, a lo que luego se unirían las trabajadores sociales, por no mencionar los sugerentes estudios sobre los enfrentamientos entre los agentes de control y las comunidades.
Las actuaciones de la policía han significado otro filón de investigación que ha merecido recientes estudios por parte de diversos historiadores y científicos sociales. Los diferentes trabajos tienden a señalar que desde que se instituyó como una institución de vigilancia y control social en Europa, a finales del Siglo XVIII y se consolidó en el mundo occidental en los siglos XIX y principios del XX, ha tenido un papel fundamental en la morigeración de las costumbres. Así se han determinado y descubierto diversas estrategias que utilizaron las clases dominantes en esta institución, tales como: reclutar a sus miembros entre los sectores populares; dejar que actuarán selectivamente y en forma arbitraria en sus tareas más cotidianas; dándole potestades para que los agentes resolvieran los problemas habituales y se convirtieran en un intermediario entre las comunidades y los juzgados.
Cabe señalar también que la exploración de las actividades policiales esta abriendo nuevas rutas de indagación. Se pregunta cómo la policía se relacionaba con la sociabilidad urbana; qué tipos de efectos causó su supervisión de las costumbres de las mujeres solas o en apariencia escandalosas; qué papel jugaron los arrestos preventivos en el control social; y cuáles fueron las razones que llevaban a la policía a tener fuertes oscilaciones entre la arbitrariedad y la brutalidad, por una parte, y la tolerancia y colaboración, por otra, con los sectores que debían acosar ([104]).
En lo referente a la cárcel y los reformatorios también se siguen pistas e interrogantes que den cuenta de su accionar y de los efectos que producían en la vida de los internos y reos que admitían. Hasta el momento, en el caso de la prostitución, se ha procurado observar cómo estas instituciones de “enclaustramiento” imponían patrones sexuales, de disciplina y conducta; o en su defecto, cómo y por qué estos entes asumían roles familiares que procuraban simular la vida doméstica que la clase dominante promovía como sublime. Gracias a ello se ha descubierto como estos establecimientos procuraban alejar a las procesadas de las supuestas malas influencias, fueran familiares o de amistades, para imponer una disciplina moral junto con férreos trabajos que proyectaban (en última instancia) reproducir las conductas hogareñas y sociales. Si bien es cierto hasta el momento no ha sido lo más usual, los trabajos de Joan Sangster apuntan a observar la cotidianiedad de las cárceles esta vez analizando tanto las sutiles formas de resistencia como las formas más violentas de impugnación al orden impuesto. Ella enfatiza la importancia de los métodos de resistencia seguidos por las mujeres prisioneras, pues tendieron a mediatizar el control impuesto. El terco silencio; la remisa cooperación y la perturbadora réplica, sin olvidar las insurrecciones, los disturbios y las fugas fueron procedimientos vitales que utilizaron las reas para manifestar su antagonismo al orden social que se les imponía ([105]).
Las vías de análisis no se agotan en la resistencia cotidiana o en la exploración de los roles impuestos. Por el contrario, en la historia social dedicada a los temas del crimen y la marginalidad, existe un marcado interés por reconocer diversos aspectos cotidianos de estos establecimientos. Se busca determinar la existencia de culturas penales o del predominio de alguna teoría legal de la época que permita explicar el porqué se desarrollaron determinados tipos de establecimientos o cómo florecieron las complejas jerarquías del sistema correccional; también se procura indagar sobre las prácticas penitenciarias más usuales, para luego compararlas con la de otros países, regiones y épocas; del mismo modo se exploran los distintos movimientos de reforma de los correccionales, tanto en periodos de crisis como de aparente estabilidad determinando sus vinculaciones con el orden social. Lo anterior, ha llevado a prestar más atención a la evolución del sistema y a las normas disciplinarias para precisar el papel de los reos y de las comunidades en estas transformaciones. Los aspectos propios de las mentalidades y del simbolismo son abordados desde la perspectiva del desarrollo de subculturas, que aunque limitado en principio lleva a esbozar patrones de resistencia más allá del simple arrebato ocasional e impotente ([106]).
En general, la introducción paulatina del concepto de cotidianiedad ha abierto fecundas vetas de investigación de la cual la historia social de la prostitución se ha beneficiado. La expansión y riqueza de hechos sociales como la prostitución a llamado a la historia social a precisar aún más su aparato conceptual. El éxito de la introducción de las categorías como el género, la sociabilidad y la cotidianiedad no han sido repetidos por otros conceptos tales como: pánico social, paternalismo, sexualidad victoriana y era romántica o del amor.
*****
CONCLUSIONES
Las nuevas vertientes y problemas que se desarrollan en torno al estudio del hecho de la prostitución han provocado también una nueva forma de narración de los acontecimientos. En 1996, el historiador chileno Rafael Sagredo escribió una obra que además de ser rigurosa en el aspecto teórico – metodológico rescataba vividamente el acontecer cotidiano de esas mujeres llamadas “malas” ([107]).
El libro de Sagredo muestra como en las dos últimas décadas la historia de la prostitución se ha revelado como una área imprescindible en la denominada “Historia Social”; pues además de sacar del anonimato a diversos grupos sociales (siendo una digna discípula de la historia de los de abajo), ha demostrado las complejas relaciones que se establecen en las sociedades clasistas, en especial, el desarrollo de las intrincadas vinculaciones de lo económico con lo social, lo cultural y lo mental (por lo que se ha desarrollado como un fructífero campo del trabajo multidisciplinario). Un logro importante de la nueva historia social de la prostitución ha sido el desvirtuar a los nefastos enfoques patológicos, anomistas y desviacionistas que aún tienden a perdurar en las ciencias sociales actuales.
A lo largo de este artículo hemos presentado y valorado diversas perspectivas, enfoques, conceptos y herramientas teórico metodológicas que se han emprendido en la investigación del hecho de la prostitución. Esta tarea nos ha permitido reunir múltiples elementos que, a su vez, nos han suministrado diversos instrumentos para la elaboración de un marco de estudio de la prostitución femenina costarricense entre 1864 y 1949. Sociedad, que como establecimos desde el principio, vivió procesos históricos diferentes al caso europeo y estadounidense.
En efecto, condensando las principales nociones detalladas en este capitulo señalaremos, en primer lugar, la importancia del factor económico. Sin duda, la depauperización de grandes sectores sociales fue y sigue siendo un factor esencial en el desarrollo y crecimiento de la prostitución. No obstante, el simple determinismo economicista no explica las intrincadas redes que originaban el hecho de la prostitución. El modelo de la estrechez pecuniaria debe aceptar otras variables como el funcionamiento de las lógicas familiares (influidas a su vez por las normas comunitarias, las estrategias económicas domésticas, las tendencias demográficas, los comportamientos sociales, las costumbres y el contexto del momento, entre otras); las redes comerciales y de amistad formadas en los burdeles y en las zonas rojas o de tolerancia; la mercantilización de las diversiones, en especial las sexuales y la afluencia de opciones reales para las mujeres que les permitiera decidir racionalmente en entrar o no en la ramería.
De esta forma, nos distanciamos de las explicaciones que ven en el fenómeno de la prostitución un hecho social anómico o una enfermedad externa a la conflictividad social. Por el contrario sostemos una perspectiva que permita enmarcar al fenómeno de la ramería en una sociedad agraria generadora de desigualdades sociales y de los denominados fenómenos marginales
El peso de los factores extra económicos fue igualmente influyente, por lo que cualquier marco interpretativo de la denominada historia social de la prostitución debe considerarlos. Como demostraron muchos de los trabajos reseñados, los factores étnicos y de clase social intervinieron en el meretricidio. El género se conjugó con ellos, dando lugar a diversas categorías de prostitución y de prostitutas. El ser una mujer de las clases populares y de las etnias “despreciadas” jugaba un rol tan importante como la edad, el ideal de belleza y la lozanía a la hora de especificar un tipo de prostituta. Asimismo, nunca fue lo mismo ser una ramera salida de la élite o dedicada a ella que una callejera.
Cualquier marco interpretativo sobre el hecho de la prostitución debe ser sensible a los factores simbólicos. Por una parte reconocemos que estos jugaron un peso decisivo en la percepción de las autoridades y de la ciudadanía en general de lo que era una prostituta. Asimismo, las referencias simbólicas podían crear tipologías o segmentaciones dentro de las mismas prostitutas. Pero además de ello, el imaginario social podía influir los diferentes comportamientos hacia las meretrices, ya sea al toleraras, reprimirlas, o comerciar con ellas; igualmente otorgaban marcos básicos donde se desarrollaban los temores sociales o los códigos de convivencia y también creaban las redes intangibles de amistades y las relaciones de poder, entre otros aspectos.
Por otra parte, los resultados de la intervención estatal y de la clase dominante no fueron nada despreciables en el desarrollo del meretricidio. Muchos trabajos evidenciaron como estos, al propagar su ideal familiar, crearon diversas “etiquetas” morales y sexuales que le dieron un contenido específico y clasista al concepto de prostituta. La difusión de la legislación, los códigos judiciales y penales, las ordenanzas policiales y los reglamentos de hospicios, prisiones, reformatorios, hospitales y asilos, entre otros, acordes a los valores burgueses de la oligarquía cafetalera demuestran el alcance del Estado y la clase dominante en el desarrollo de la prostitución.
En suma, los aspectos simbólicos, creados por los diferentes grupos sociales y en las diferentes situaciones, estuvieron presentes en el hecho de la prostitución, por lo cual nuestro marco de análisis los considera como esenciales. Un estudio de la ramería que no examine las percepciones del cuerpo humano, la sexualidad, el placer, la honestidad y la fidelidad, así como las aprensiones sociales como la sifilofobia, el miedo a lo extraño, o el desasosiego al desorden social, se vería muy limitado para explicar los diferentes comportamientos sociales presentes en este fenómeno. De igual forma, hay que considerar el desarrollo de formas ideológicas que se gestaban tanto en las comunidades como en las clases dominantes. Los estructurados discursos higienistas y legislativos se unían a las demandas de los diferentes sectores subalternos que reclamaban soluciones al hecho de la prostitución. Cabe señalar que estas peticiones se ajustaban a su propia, y a veces peculiar, percepción de mundo.
Los marcos teóricos que recurren a la historia como herramienta explicativa encontraron que la influencia de los cambios y las transformaciones en el hecho de la prostitución eran incuestionables, tanto en el ámbito individual, grupal o como fenómeno social. Varios fundamentos metodológicos de estos enfoques rescataron la movilidad constante que hubo dentro del gremio de las prostitutas. De esta forma, observaron como muchas prosperaban y pasaban rápidamente a mejores posiciones sociales, pero que también podían descender tan vertiginosamente como habían florecido.
Asimismo, existe en la actualidad un marcado interés por renovar los análisis de Norbet Elis, Ervin Goffman. Jurgüen Habermas, entre otros, para dar cuenta de cómo el hecho de la prostitución sufría diversas alteraciones o mutaciones en el transcurso de los periodos de estudio. Así por ejemplo, se procura explicar las causas de esas transformaciones con perspectivas diacrónicas más que estáticas .
Hasta ahora, el enfoque predominante en la denominada historia social de la prostitución ha sido el foucaultiano con grandes éxitos a nivel del discurso, pero en el cual varios investigadores tendieron a sacrificar el papel de los sujetos sociales al esclavizarlos al modelo de disciplinamiento de la clase dominante. Como señalamos los seguidores de Foucault en el estudio de la ramería cosecharon grandes logros en el análisis de la marginalidad y el disciplinamiento. No obstante, en el caso de la prostitución, muchos de los discípulos foucaultianos no pudieron explicar el accionar de las prostitutas, las autoridades y las comunidades sin recurrir al opresivo sistema de dominación. La perspectiva cotidiana, recién introducida en la historia como variable importante, ha venido a ofrecer explicaciones alternativas y complementarias al enfoque foucaultiano que sin abandonar el ideal macro interpretativo tiende a reconsiderar y asumir las principales nociones creadas en estos últimos 20 años por la historia social de la prostitución.
En la actualidad, el enfoque cotidiano es una excelente herramienta para tratar de explicar no sólo el discurso sobre la prostitución o el control social; sino que también permite examinar quiénes eran las prostitutas, dónde y cómo realizaban sus contactos diarios; acercarse a su modo particular de entender las cosas (como puede ser la creación de opiniones sobre sí misma y de otros grupos y personas, hasta llegar a simbolizar e ideologizar su experiencia cotidiana); cómo fue afectada su vida (y los grupos sociales que la circundaron) con la introducción de las políticas de disciplinamiento, las cárceles, hospitales y la urbanización, sólo para citar algunos elementos; así como observar cómo resistieron y adoptaron estrategias de sobrevivencia según se los exigía el momento.
Reflexión sobre la mentira del país que miente: Costa Rica, un país que conocerlo de verdad da pena. Si por ellos fuera se añadirían como un nuevo Estado-USA
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