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sábado, 21 de junio de 2008

Madres solteras

Superación:
Son mujeres que sólo cuentan con ellas mismas para sacar adelante a sus hijos
Por: Claudia Munaiz
Foto de portada
La sonrisa de Karina, de 10 años, es parte de la felicidad de Natalia Leiva que ha criado sola a sus dos hijas. Foto Prensa Libre: Esbin García.

“¿Qué mejor prueba que visitar esta casa para demostrar que podemos criar a nuestros hijos sin un hombre al lado?”, exclama Marta de Zachrisson.

El matriarcado de la casa en la colonia El Zapote, zona 2, demuestra que a pesar de las dificultades, ser madre soltera en Guatemala es posible, aunque muy sacrificado.

Según el Movimiento Social por los Derechos de la Niñez, Adolescencia y Juventud, en el país existen más madres adolescentes y solteras que familias integradas por ambos padres.

Padre y madre a la vez

Zachrisson ejerce de abuela, madre y padre al mismo tiempo. Cuando su hijo se divorció, ella se hizo cargo de sus dos nietas, quienes hoy viven con ella.

El denominador común entre las numerosas madres solteras es que deben trabajar para sustentar a sus hijos y, algo más difícil todavía, suplir la carencia afectiva por la falta del progenitor.

“Yo le conté a mi hija la verdad: su padre se fue y formó otra familia. Ahora está muy bien y comprende que yo soy su madre y su padre”, cuenta Natalia Leiva, de 41 años, ama de casa.

A sus hijas, Karina, de 19 años, y Nancy, de 10, fruto de dos relaciones, les ha inculcado lo mejor, y ante todo “educación y cariño”.

Maltratos

Guillerma Tepenyú, de 63 años, lleva 37 años vendiendo artesanía típica en la puerta de la Embajada de EE.UU. Todos los días viaja desde San Juan Sacatepéquez hasta la avenida La Reforma para ganar unos Q70 diarios.

“Por mi hijo, que ya está recibido, casado y es padre de dos hijos, y para darle estudios, mereció la pena el sacrificio”, afirma Tepenyú. Su esposo falleció hace 25 años, pero antes la abandonó cuando el bebé tenía tres meses.

“Se pasaba el día chupando y me maltrataba; mejor me separé”. Poco después, su marido regresó pidiendo otra oportunidad: “Que ya no bebía, me dijo”, continúa Guillerma, quien se negó a recibirle de nuevo. Hoy, sus nietos son su felicidad, y su venta, su sustento.

Enseñar para vivir

Después del 4 de febrero de 1976, Adelina Álvarez supo que tendría que tomar fuerzas para trabajar y sostener por sí sola a sus tres hijos. Su esposo fue uno de los miles de muertos que se reportaron cuando un terremoto sacudió el país y acabó con la vida de más de 20 mil personas.

“Al principio no supe qué hacer, pero la misma necesidad me obligó a desempolvar mi diploma de maestra”, recuerda Álvarez. Fue así como se dedicó a dar clases para sacar adelante a sus hijos. Para cubrir el déficit del presupuesto que cada vez se incrementaba, Álvarez se vio en la necesidad de trabajar los fines de semana vendiendo utensilios de plástico.

Pobreza extrema

Rafaela Navarijo García, de 41; sus cinco hijos, de entre 4 y 19 años, y su nieta, de 2, comparten un pequeño habitáculo de adobe y lámina en el asentamiento La Torre, zona 7.

A pesar de la pobreza, Rafaela tiene una sonrisa en su rostro cuando contesta: “En lo único que pienso es en sacar adelante a mis hijos y darles lo que nunca tuve”.

Tres de los cinco niños son hijos de padres distintos. Dos hombres la abandonaron y otro falleció.

“Nosotros siempre hemos luchado solas. Mi madre, mi hija y yo”, enfatiza Rafaela. Otra reina al frente de un matriarcado.-(Con información de Fredy López Yumán).

“Lo hice por mi madre”

Ofelia Morales comenta que se “unió a un hombre para contentar a su madre, que nos crió a 10 hijos”.

Morales tiene dos hijas de dos relaciones distintas. “Para mí, sus padres no existen, jamás me han dado nada para las niñas”, expresa.

Con su trabajo, lavando carros, Ofelia mantiene a Stephanie, de 15 años. “La mayor ya está casada, y la pequeña me ayuda con el trabajo; cuando me enfermo viene ella”, dice.

Morales vive en La Verbena, zona 7, en una “casa propia conseguida con el esfuerzo de muchos años”. Esta madre soltera desea que su hija estudie, pero la miopía que padece le impide seguir las clases. “¿Formar un hogar con un hombre?, Nunca lo tuve, ni ganas tengo”, sentencia.

“Soy su padre y su madre”

Natalia Leiva tenía 22 años cuando resultó embarazada de Karina. Su pareja no quiso saber nada y se fue a EE.UU., donde formó otra familia.

“A los 14 años, mi hija preguntó por su padre. Lo localizamos, pero no quiso saber nada de nosotras”, refiere Leiva.

Nueve años más tarde nació la pequeña Nancy, de 10 años, de otra relación. “Mi pareja no creía que la nena fuese suya y se desentendió”, dice. Hoy, Karina va a la universidad, y Nancy, a la escuela. “A veces es duro. Nancy me pregunta por qué no lleva el apellido de su papá. Le contesto: No te hace falta, porque yo soy tu padre y tu madre”, expresa.

“No ven nunca a sus padres”

Su única preocupación es que sus cinco hijos salgan adelante y que “tengan lo que yo nunca tuve”. Rafaela Navarijo, de 41 años, es un ejemplo de perseverancia y valor. “Trabajo limpiando en casas, y hay veces que no me pagan”, se queja.

Sus cinco hijos, fruto de tres relaciones, viven en el asentamiento La Torre, zona 7, en condiciones de extrema pobreza. “Lo importante es que estudien para llegar a ser personas de bien”, agrega.

A Navarijo no le hace falta el apoyo de un hombre. “Yo sola lo hago todo, y mis hijos no ven nunca a sus padres”, afirma.

Su hija mayor, Aura Marisol, de 19 años, tiene una hija de 2. “Se separó de su esposo y yo las recibí en la casa”, una vivienda de lámina y adobe con dos camas para ocho personas. “Yo le agradezco a la vida la salud de mis hijos”, expresa.

“Siempre hemos luchado solas. Mi madre, mi hija y yo”, dice Rafaela, junto a su hija Freisy, de 4 años. Si tiene suerte, tal vez asista a la escuela.

“Los valores, la mejor herencia”

A sus 77 años, Jovita Lima recuerda cuando con muchos esfuerzos trabajó en el barrio Chipilapa, Jalapa, para sacar adelante a sus seis hijos. “Mi hogar se convirtió en casa de huéspedes, en donde atendí a jóvenes estudiantes del Instituto de Varones de Jalapa”, comenta.

Al revivir aquellos tiempos, recuerda que fueron sus hijos su mayor motivación para trabajar y superarse. “Cuando me quedé sola mis hijos estaban pequeños”, refiere.

De esos tiempos le queda la satisfacción porque, como ella misma afirma, “mis hijos ahora son profesionales y son personas de bien”.

Radicada en la capital desde hace 30 años, asegura que aquí contribuyó a la educación de sus nietos porque sus hijos tenían que trabajar para superarse y no podían cuidarlos, por lo que otra de sus mayores satisfacciones es verlos crecer.

“Ahora que se celebra el Día de las Madres, mi mensaje es para las jóvenes, para que se esfuercen por sus hijos y sean personas responsables. Los principios y valores morales son la mejor herencia que se les puede dar”, dice Jovita.

“Hemos formado un gran equipo de mujeres”

No cabe duda de que el hogar de Marta de Zachrisson es un matriarcado. Allí viven siete mujeres solteras que han salido adelante sin una figura paterna. Marta, madre de tres hijos y viuda desde hace 35 años, se hizo cargo de sus dos nietas cuando uno de sus hijos se divorció.

“Soy una madre abuela. Alejandra me llama mamá”, dice. Aunque ahora su condición económica es buena, su vida no ha sido fácil. Uno de sus hijos y la madre de sus nietas fallecieron.

Además de educar a las niñas, Marta acogió en su hogar a Natalia Leiva y a sus dos hijas. “Natalia me ha ayudado a vivir, y juntas hemos formado un gran equipo”, afirma.

Leiva asiente: “Martita me ha salvado a mí, porque yo estaba sola con mis hijas y no es nada fácil sobrevivir”.

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