Reflexión sobre la mentira del país que miente: Costa Rica, un país que conocerlo de verdad da pena. Si por ellos fuera se añadirían como un nuevo Estado-USA

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jueves, 12 de junio de 2008

La carretica simbolo nacional: Walker y 60 Sudistas greengos., her

Introducción:
LA CARRETA NACIONAL DE COSTA RICA

La carreta fue decretada símbolo nacional del trabajo, en el año 1988, durante el gobierno del Dr. Óscar Arias Sánchez. En el siglo pasado la carreta fue el medio más usado para transportar el café en el país, debido a que era el medio adecuado para transitar por los pésimos caminos de aquella época. Según los historiadores, la carreta tuvo su origen en algo parecido que los españoles habían traído y que se llamaba "cureña", la cual era utilizada para montar el cañón de artillería. La carreta se usa en todo Centroamérica, sin embargo, la nuestra es la única que se decora con figuras geométricas, flores y animales.

Simboliza, con fundamento la cultura, de la paz y el trabajo, es decir humildad , paciencia, sacrificio, constancia en el afán por alcanzar los fines.

DECRETO: La carreta fue decretada Símbolo Nacional, el 22 de Marzo de 1988, mediante decreto # 18197-C, publicado en la Gaceta # 131 el 11 de Julio de 1888; en la administración del presidente Dr. Oscar Arias Sánchez

Durante cien años, hasta la entrada de los vehículos, las carretas pintadas fueron el eje del movimiento económico del país. La carreta costarricense se diseñó para superar las dificultades que presentaban nuestros viejos caminos como: lodazales ,cuestas, curvas cerradas, duros pedregales, hondas, quebradas y otros.

La edad de oro de las carretas puede ubicarse desde 1850 a 1935.

SIGNIFICADO: Al decir carreta, se piensa en una Costa Rica apacible, estable, paciente y efectiva en el trabajo. Es el Emblema del espíritu esforzado del pueblo costarricense.

La decoración incluído el yugo, es una de las genuinas manifestaciones folklóricas del pueblo costarricense. La carreta pintada, con sus típicos dibujos constituyen un fenómeno único en la historia de América. Así como también los adornos de los costados, compuertas y ruedas, en colores vivos y brillantes, constituyen una expresion artística popular, autóctona y espontánea. Puede afirmarse que no hay dos carretas pintadas exactamente iguales, siempre se dan cambios en los detalles y el acomodo de los dibujos, porque así lo exige la propia dignidad del artista. La carreta proclama la sencillez y aspiraciones de una Costa Rica rural y artesana

55 arribó al puerto de El Realejo, en la costa pacífica de Nicaragua, la embarcación Vesta, procedente de San Francisco, California, y de ella desembarcaron casi 60 hombres, en su mayoría estadounidenses. Pocos meses después, en octubre de 1855, dichos hombres se habían prácticamente apoderado del gobierno de Nicaragua. En julio de 1856, un año y un mes después de su arribada, el jefe de estos expedicionarios fue proclamado presidente de dicho país, como resultado de unas elecciones fraudulentas celebradas el mes anterior. Habría que esperar casi un año antes de que dicho jefe fuese expulsado de Nicaragua, como consecuencia del esfuerzo conjunto de los ejércitos centroamericanos y gracias a la acción determinante de las fuerzas militares de Costa Rica, encabezadas por su presidente Juan Rafael Mora. Así, el 1º de mayo de 1857, William Walker, el llamado el Rey de los Filibusteros, se entregó en Rivas, Nicaragua, al comandante de una fragata de los Estados Unidos, surta en el cercano puerto de San Juan del Sur..Aquel hombre contumaz y obsesivo, hizo tres intentos más por apoderarse de Centroamérica hasta que en el último fue capturado por fuerzas de la marina británica y entregado a un destacamento de militares hondureños, el cual sumariamente, lo fusiló el 12 de septiembre de 1860 en el puerto de Trujillo.
Como es bien conocido, la guerra contra los filibusteros de William Walker ha sido tradicionalmente considerada como el proceso más importante de toda la historia centroamericana posterior a la independencia de 1821. Como es sabido, este conjunto de sucesos ha suministrado materia prima básica para la construcción de la memoria y la identidad nacional en los países centroamericanos y, particularmente, en Costa Rica y Nicaragua. Como es natural, también ha suscitado una abundante producción historiográfica a lo largo de los siglos XIX y XX y hasta el momento presente, momento en el cual, en Costa Rica y Nicaragua, principalmente, se realizan los preparativos para conmemorar el sesquicentenario de aquellos acontecimientos.
Así, en este texto voy a presentar algunas de las principales ideas que estoy elaborando, en una investigación que actualmente realizo en el Centro de Investigaciones Históricas de América Central de la Universidad de Costa Rica, sobre la manera en que la historiografía de Nicaragua y la de Costa Rica, y subsidiariamente la estadounidense, han contado la guerra contra los filibusteros de 1856-1857. Aquí me voy a basar en las principales obras publicadas en ambos países en los siglos XIX y XX, aunque tendré como telón de fondo algunos de los principales trabajos publicados por protagonistas de la guerra e historiadores profesionales de los Estados Unidos.
El punto de partida de nuestra investigación, como bien ha señalado el historiador Raúl Aguilar, Director del Museo Histórico Cultural Juan Santamaría, situado en la ciudad de Alajuela, es el reconocimiento de que existen varias historiografías de la guerra contra William Walker: en primer lugar, la historiografía filibustera, es decir, los testimonios y las memorias de los propios filibusteros y los escritos de algunos de sus apologistas, con frecuencia, propagandistas del Destino Manifiesto; en segundo lugar, la historiografía estadounidense profesional o de aficionados, usualmente influida por aquella y, en tercer lugar, la historiografía centroamericana, en la cual cabría singularizar las obras de historia escritas en dos de los países donde la guerra tuvo mayor trascendencia, Costa Rica y sobre todo, Nicaragua.
Nuestro objetivo, enfocado y fundamentado en las respectivas historiografías, consiste en tratar de establecer la forma en que ambos países han construido, mediante una serie de representaciones, la memoria de la guerra de 1856-1857 y como dichas representaciones han evolucionado a lo largo del último siglo y medio. En este sentido, nuestro estudio intenta ser una historia comparada de la memoria de la guerra contra los filibusteros en Nicaragua y en Costa Rica.
Nuestra noción de historiografía, es decir, nuestra manera de considerar un trabajo como obra de historia es bien amplia, porque incluye tanto los trabajos de historiadores profesionales, que en este caso serían los menos, con obras que pertenecen más bien al género del testimonio y con textos que son básicamente recopilaciones documentales. En este sentido, no prejuzgamos sobre el nivel profesional de composición de los trabajos y solo nos interesa que su intención sea “veritativa”, como diría Paul Ricoeur, es decir, hacer una “narración verdadera”, y no una obra de ficción..

Memoria e historia: aclaraciones conceptuales
En la medida en que esta investigación se inscribe en el campo de la historia de la memoria, nos parece conveniente hacer algunas aclaraciones de índole conceptual, en relación con esos dos términos. Aquí, por una parte, vamos a entender por memoria, de manera amplia, el uso social del pasado para diversos fines de la vida en el presente. La memoria es un conjunto de representaciones sociales, articuladas siempre en el presente, y es un terreno de continua disputa entre distintas memorias o distintas articulaciones del pasado.
Por otra parte, entiendo por historia un saber con capacidad para establecer las condiciones de validez del conocimiento que produce, mediante mecanismos de control socialmente establecidos y aceptados, es decir, el método crítico, y los otros métodos y técnicas de las ciencias sociales, y mediante un sistema de cotejo y confrontación de dicho conocimiento en el seno de una comunidad de competencia, es decir, de una comunidad de profesionales de la disciplina.
El hecho de distinguir entre la memoria y la historia no nos impide reconocer que estas siempre han marchado juntas, en un proceso de retroalimentación continua. No obstante, como señala el historiador Krzysztof Pomian ha habido un proceso histórico de larga duración de emancipación de la historia respecto de la memoria, el cual puede ser caracterizado como una tendencia acumulativa hacia la secularización, la racionalización y la profesionalización de la historia. En las últimas décadas, la memoria se ha convertido en objeto de estudio de la historia; de ahí que ahora se hable de investigaciones sobre historia de la memoria, un campo de la disciplina histórica que se dedica a estudiar como los seres humanos de otros tiempos han hecho uso del pasado, es decir, como han producido representaciones sobre sus experiencias pretéritas y las han dotado de sentido y significación en el presente.
Conviene agregar que la historia de la historiografía es una forma de historia de la memoria, de ese tipo peculiar de memoria que han generado personas investidas socialmente con la capacidad y la legitimidad para producir conocimiento histórico, de manera más o menos profesional o especializada en el marco de determinadas instituciones; la historia de la historiografía es también una reflexión de la historia sobre sí misma; una manera de hacer historia que se confunde con la epistemología de la historia, es decir, con la investigación sobre las condiciones de posibilidad de la historia como un saber con una intención de dar cuenta de la realidad del pasado mediante el estudio de los indicios que este ha dejado en le presente.
En suma, en este trabajo vamos a hacer un balance de un conjunto de obras de historia producidas en el marco institucional, cultural e intelectual de dos estados-naciones que históricamente han tenido relaciones de interdependencia muy estrechas, tanto de cooperación como de conflicto; dicho balance no tendrá por finalidad calibrar la calidad científica de ambas historiografías, sino su capacidad de producir una memoria nacional y oficial sobre un proceso histórico trascendental que afectó profundamente su evolución en sus años de formación. Inevitablemente, la memoria nacional de Nicaragua y la memoria nacional de Costa Rica pasan por algún tipo de confrontación con la historia de la invasión de William Walker y sus filibusteros entre 1855 y 1857. Como veremos, además, ambas memorias nacionales siempre se han interpelado recíprocamente.

Historia y memoria de la guerra contra Walker: elementos de análisis
La memoria y la historia operan mediante criterios de selección. El historiador que cuenta una historia la organiza o la trama, como ha sido señalado, entre otros por Hayden White, según determinadas valoraciones de relevancia y pertinencia y según determinados supuestos conceptuales e ideológicos, algunas veces explícitos y, más frecuentemente, implícitos. De igual manera, toda memoria, es decir, toda serie de recuerdos organizados en un relato por un grupo, es una articulación de recuerdos y olvidos, omisiones o silencios. Este atributo de selectividad de la memoria es fundamental para comprender sus variaciones a través del tiempo y según los grupos humanos. En este sentido, las distintas memorias de la guerra contra los filibusteros son el resultado de determinadas operaciones de selección; operaciones que expresan relaciones y situaciones de aquellos que en cada presente han producido o elaborado la memoria y, en lo que nos ocupa, de quienes escribieron las obras de historia.
Al abordar un trabajo de historia de la memoria debemos tener presente que la intensidad del recuerdo se modifica con el tiempo y que la propia construcción del recuerdo varía según periodos o épocas, según sociedades clases y grupos sociales, y medios o círculos culturales, políticos o ideológicos. La cuestión de la variación de la intensidad del recuerdo nos remite a lo que podríamos llamar los ciclos de la memoria o las coyunturales memoriales: hay periodos en que el grupo humano se ocupa más del recuerdo y hay momentos en que este pierde importancia o casi se desvanece. Si la historia de una memoria requiere establecer etapas, una manera de hacerlo es tratar de identificar estas coyunturas memoriales, esos momentos en que el grupo humano se pone a recordar y decide fijar y dotar de determinado simbolismo una experiencia de su pasado.
En relación con la guerra contra los filibusteros, desde el ángulo costarricense, son identificables algunas coyunturas memoriales; la más importante fue aquella en que se estableció o se oficializó la memoria de la guerra y que cubre el periodo que va de 1883-84 a 1895-97 y está marcada por las inauguraciones del monumento a Juan Santamaría y el Monumento Nacional. En este periodo se sistematizó la versión costarricense de la guerra en las obras de Lorenzo Montúfar (1888), Francisco Montero Barrantes (1894) y Joaquín Bernardo Calvo Mora (1895/97). En el caso de Nicaragua en 1889 fue publicado el libro de José Dolores Gámez, pero hay que decir que fue Jerónimo Pérez, con su obra en dos volúmenes publicados sucesivamente en 1865 y en 1873, quien por primera vez estableció la memoria nicaragüense de la guerra. La otra coyuntura memorial importante se sitúa en los años previos y posteriores al centenario de la guerra contra Walker, conmemoración que fue celebrada en todos los países centroamericanos y fue coordinada por la Organización de Estados Centroamericanos (ODECA). Es posible que en estos años sea cuando haya habido una mayor producción editorial sobre el tema, porque no solo hubo nuevas obras publicadas, sino también varias reediciones. Fue en esta coyuntura cuando se publicó la primera edición de la obra más importante escrita en Costa Rica en el siglo XX sobre la guerra contra los filibusteros; nos referimos al libro de Rafael Obregón Loría (1956). Tras los festejos del centenario, no parece haber habido otras coyunturas memoriales significativas, salvo, quizás, el centenario del fusilamiento de Juan Rafael Mora en 1960.
Como se observa, la elaboración y preparación de libros de historia sobre la guerra contra Wálker se inscribe, como es natural, dentro de contextos conmemorativos más amplios en los cuales los estados o los gobiernos ponen en marcha todo un conjunto de políticas de memoria alrededor del evento. En consecuencia, muchas de las obras de la historiografía de la guerra contra los filibusteros fueron obras preparadas por encargo de los gobiernos de los respectivos países o que fueron escritas con algún tipo de apoyo oficial. Quizás, solamente después de los festejos del centenario han sido editados trabajos que no han sido resultado de un encargo estatal.
En el caso costarricense, aparte de las ya señaladas, son identificables otras coyunturas memoriales: la primera sería la coyuntura contemporánea de los propios eventos de 1856-1857. En efecto, en el transcurso de la misma guerra se intentó convertir el 11 de abril de 1856 en fecha memorable; así la única y malograda nave de guerra costarricense, destruida por los filibusteros en su primer combate en noviembre de 1856, fue bautizada con el nombre 11 de Abril; de igual manera, el 11 de abril de 1857 en Rivas, el general José Joaquín Mora pretendió conmemorar, mediante un esperado asalto final a las fuerzas filibusteras sitiadas por los ejércitos centroamericanos, la batalla de ese mismo día y lugar del año anterior, con resultados desastrosos. En fin, en octubre de 1857, el gobierno de Costa Rica decretó que se construiría un monumento en recordatorio de los héroes de la guerra en el parque central de San José y estableció el 1º de mayo como día feriado, como recordatorio de la rendición de Walker ocurrida en esa fecha ese mismo año. En el caso nicaragüense, cabe señalar que el batallón comandado por José Dolores Estrada fue bautizado, casi inmediatamente después de los sucesos, con el nombre de Batallón San Jacinto, en recuerdo de su reciente victoria contra los filibusteros en la hacienda San Jacinto, el 14 de septiembre de 1856. Otras coyunturas memoriales en el caso costarricense fueron el centenario del nacimiento de Juan Rafael Mora en 1914, momento en el cual se publicaron dos obras, y el centenario del nacimiento de Juan Santamaría, el cual dio origen al actual Museo Histórico Cultural Juan Santamaría.
Como se observa, y como es natural, los aniversarios son ocasión propicia para el despliegue de una coyuntura memorial, pero la naturaleza de la conmemoración está siempre marcada por el contexto en el cual se celebra: cada conmemoración es una lectura del pasado desde el presente y una forma de usar el pasado para discurrir sobre el presente. Así, por ejemplo, la coyuntura de los años 1880 y 1890 se enmarca en el conflicto de Costa Rica y Nicaragua y los otros estados del istmo contra la pretensión de Justo Rufino Barrios de unificar a Centroamérica por medio de la fuerza militar. De igual manera, los festejos del centenario no pueden disociarse del contexto de guerra fría, dictaduras y lucha contra el comunismo que dominaba en esos años; recordemos la intervención de Estados Unidos y la caída del presidente Jacobo Arbenz en 1954. Por último, como sabemos, en el presente nos encontramos en una nueva coyuntura memorial asociada al sesquicentenario de aquellos sucesos. En el caso de Costa Rica, quizás distintos actores intenten crear una vinculación entre esos festejos y las discusiones actuales sobre el TLC (CAFTA) con los Estados Unidos. En suma, cada coyuntura conmemorativa corresponde a un contexto específico:
La historia de la memoria de la guerra contra los filibusteros requiere una periodización, pero, en cuanto a la historiografía propiamente dicha, en la fase actual de nuestra investigación, nos vamos a limitar a distinguir, por una parte, las obras de testigos o protagonistas, contemporáneos de los sucesos, producidas en su mayoría en el siglo XIX, con la excepción del libro del nicaragüense, Francisco Ortega Arancibia (1911); y, por otra parte, las obras escritas por personas que no fueron contemporáneas de los acontecimientos y que escribieron más bien libros de historia, antes que memorias o testimonios.
Como oportunamente lo señalara Maurice Halbwachs, la memoria es un atributo o una acción de un sujeto y cuando hablamos de memoria social, de un sujeto colectivo. En consecuencia, toda memoria es transportada por determinados actores sociales. En el caso de la guerra contra Walker es fácil distinguir países, estados y naciones; además de, partidos o facciones. Aquí nos interesan en Nicaragua, sus partidos liberal y conservador y en Costa Rica, su oposición entre moristas y antimoristas.
En relación con el método de análisis de las obras, debemos señalar que en cuanto a su contenido nos interesa considerar: eventos, protagonistas y causas que son retenidos en la narración, junto con lo que podríamos denominar la construcción ideológica de los relatos; en cuanto a los autores nos interesa su origen y trayectoria en términos de su vida pública, aunque algunos elementos de su vida privada podrían ser considerados relevantes; en fin, el contexto histórico- social es importante, tanto en términos de los autores como de sus obras.

Vertientes del recuerdo: énfasis, desénfasis y silencios
La guerra contra los filibusteros se sitúa en una coyuntura de la historia de Nicaragua y, subsidiariamente, de Costa Rica que se ubica entre 1854, año en que se inicia la guerra civil en Nicaragua que enfrenta a legitimistas (conservadores /granadinos) y democráticos (liberales/ leoneses) y 1858, cuando se normalizan las relaciones entre Costa Rica y Nicaragua o hasta 1860, cuando Walker es fusilado en Trujillo, Honduras y cuando Juan Rafael Mora es fusilado en Puntarenas, Costa Rica. En ese arco de tiempo los que cuentan la historia articulan una narración que trama eventos, protagonistas y causalidades, relato que fija una determinada versión que se convierte en una memoria de ese proceso. Los diferentes autores en los distintos momentos magnifican, minimizan, olvidan o silencian distintos componentes del proceso. Algunos de los principales componentes de cualquier narración histórica sobre la guerra contra Walker serían los siguientes:
1.- Los responsables de la traída de Walker a Nicaragua.
2.- Las divisiones y pugnas de las elites de Nicaragua: factores, razones, explicaciones y responsables.
3.- La actitud de Costa Rica frente a la llegada de Walker entre junio y noviembre de 1855.
4.- La segundas intenciones de Juan Rafael Mora y de sectores de la elite costarricense frente a Nicaragua: la Vía del Tránsito y la cuestión canalera.
5.- La batalla de Rivas del 11 de abril de 1856: los errores militares de Mora; la acción de Juan Santamaría; la importancia de esta batalla y sus consecuencias.
6.- La actitud de los otros gobiernos centroamericanos hasta abril de 1856.
7.- La permanente división de los ejércitos centroamericanos desde julio de 1856 hasta marzo de 1857, incluidas las divisiones entre las propias fuerzas nicaragüenses.
8.- La toma de los vapores en el río San Juan y el lago de Nicaragua: la idea y los méritos: ¿los estadounidenses Cornelius Vanderbilt y Sylvanus Spencer o Mora y los costarricenses?
9.- El factor determinante del final de la guerra: los méritos de Juan Rafael Mora Mora y de Costa Rica.
10.- La batalla de Rivas del 11 de abril de 1857: la vanidad de José Joaquín Mora, costarricense y comandante en jefe de los ejércitos centroamericanos.
11.- La rendición de Walker: las responsabilidades de José Joaquín Mora; ¿una vergüenza centroamericana?
12.- Los amagos de guerra entre Costa Rica y Nicaragua a fines de 1857.
13.- ¿Qué hacer con los Estados Unidos, nuestros amigos, aliados y protectores cuando contamos esta historia? ¿Es el destino manifiesto un asunto del pasado?
14.- ¿Cuál es la periodización adecuada de esta guerra? ¿Cuál es el nombre que mejor le conviene “campaña nacional” o “guerra nacional”. ¿Cual adjetivo: centroamericana, nicaragüense, costarricense?
Estos distintos componentes definen las vertientes de la memoria, la vertiente nicaragüense y la vertiente costarricense. Aquí nos vamos a detener solamente en algunos de esos elementos que, según nuestro criterio, delimitan la divisoria de aguas entre cada uno de estos dos países en su forma de recordar la guerra contra los filibusteros.

La vertiente nicaragüense:
La historiografía nicaragüense sobre la guerra contra los filibusteros es más abundante que la costarricense, circunstancia que parece normal; pero, también es bastante más temprana. En efecto, Jerónimo Pérez fue el primer historiador nicaragüense de esta guerra, cuya obra titulada Memorias fue publicada en dos volúmenes, el primero en 1865 y el segundo en 1873. Pérez fue protagonista de los eventos en el bando conservador y al lado del general legitimista Tomás Martínez, al cual acompañó al gobierno cuando este fue nombrado presidente de Nicaragua en 1858.
Así, se puede decir que la obra de Pérez establece la visión conservadora de la guerra contra Walker, aunque hay que reconocer que intenta mantener a lo largo de su narración una postura equilibrada y ponderada. Su trabajo puede ser considerado como un alegato contra la guerra civil, la cual considera un mal absoluto que, por razones que no brinda, los nicaragüenses han soportado desde los tiempos de la independencia. El paroxismo de ese mal absoluto fue la guerra civil de 1854 que tuvo por consecuencia la traída de William Walker y sus filibusteros a Nicaragua.
Para Pérez los liberales y, en particular, Máximo Jerez y Francisco Castellón cargan la responsabilidad de la llegada de los filibusteros a Centroamérica. He aquí un tema que abre un punto de disputa entre la versión de los liberales y la versión de los conservadores, tema también sobre el cual va a tomar posición la historiografía costarricense. Eso no obsta para que Pérez reconozca la responsabilidad de Fruto Chamorro, presidente conservador, en el desencadenamiento y en el desarrollo de la guerra civil de 1854, que culmina con la toma de Granada por parte de Walker en octubre de 1855.
El segundo tema que merece ser considerado es el del papel de Costa Rica en la guerra. Al respecto, Pérez reconoce, punto en el que concuerdan todos los historiadores, que Costa Rica tomó la iniciativa de la guerra y que el factor determinante del triunfo fue la acción de este país, mediante la toma de los vapores y de la vía del Tránsito. En contraste, Pérez insiste mucho en la división y la ineficacia de los ejércitos de los otros países centroamericanos que llegaron a León a partir de julio de 1856.
Los puntos de discusión alrededor del papel de Costa Rica en la memoria nicaragüense, que aparecen por vez primera en la obra de Pérez, se refieren al mérito de la toma de los vapores y a las condiciones de la rendición de Walker en Rivas el 1º de mayo de 1857. Al respecto, Pérez atribuye la idea de la toma de los vapores a Vanderbilt, pero no atribuye el éxito a Spencer y no intenta disminuir el mérito del los costarricenses en estos combates. Por el contrario, Pérez se muestra más crítico en relación con la conducta del general en jefe de los ejércitos centroamericanos en la última fase de la guerra. Para Pérez la capitulación de Walker fue una vergüenza para los centroamericanos y ella fue el resultado de la decisión precipitada de José Joaquín Mora, movido por su gran vanidad. No obstante, Pérez es claro al afirmar que Juan Rafael Mora y José María Cañas fueron quienes salvaron a Centroamérica del filibusterismo.
Un punto en el que este autor es claro, con el cual concuerdan todos los nicaragüenses que posteriormente escribieron sobre la guerra contra Walker, es que Costa Rica o, más precisamente, los hermanos Mora, aprovechándose de la debilidad y postración en que se encontraba Nicaragua al final de la guerra, pretendieron despojar territorialmente a este país, y con el pretexto de la seguridad y el peligro de nuevas invasiones filibusteras, quisieron adueñarse de la vía del Tránsito, es decir, del río San Juan, de una porción del lago de Nicaragua y del istmo de Rivas. En suma, a pesar de la ayuda brindada durante la guerra, la intención de Costa Rica, revelada al finalizar el conflicto era dañar a Nicaragua despojándola del proyecto del canal interocéanico y, de paso, del Partido de Nicoya.
José Dolores Gámez en 1889 en su obra Historia de Nicaragua dedica una suma considerable de páginas, casi 160, en su libro de síntesis de historia de Nicaragua, a la guerra contra los filibusteros. Su versión es la de un liberal, como expresamente lo señala, pero no en el estilo militante, para muchos irritante, de Lorenzo Montúfar. Así, para este autor la tragedia de Nicaragua en esta etapa de su historia es atribuible en su origen al presidente Fruto Chamorro y a los conservadores granadinos. Dada su posición liberal, no sorprende que intente salvar la responsabilidad de Castellón y Jerez por la llegada de Walker y, aunque afirma que no intenta justificar, sino explicar, trata de mostrar que Castellón y los liberales leoneses eran conscientes del peligro que el jefe filibustero representaba e intentaron controlarlo, apenas había desembarcado, pero sin éxito. No obstante, el argumento principal de los liberales en ese momento, el cual Gámez suscribe, es que Walker era un mal, pero los legitimistas eran un mal mayor porque pretendían exterminar a los leoneses. Otro elemento típicamente liberal que introduce Gámez en su narración es el papel deplorable del clero el cual terminó convertido en “humilde cortesano” de los filibusteros.
Gámez, no se diferencia de Pérez en el tratamiento de la cuestión del papel jugado por Costa Rica durante la guerra y en lo que respecta a las divisiones de los ejércitos centroamericanos y a los errores del general José Joaquín Mora. También coincide con Pérez en mostrar las intenciones aviesas de Costa Rica respecto de la vía del Tránsito, asunto en el que se extiende con bastantes detalles, en particular respecto de los famosos acuerdos entre Webster y Juan Rafael Mora. En este sentido, la posición de Gámez en relación con Costa Rica es más crítica.
Una cuestión que es importante para apreciar las dos vertientes de la memoria de la guerra contra Walker es la que se refiere a la periodización. En efecto, los nicaragüenses distinguen entre la “guerra civil” y la “guerra nacional”, mientras que los costarricenses hablan de la “primera campaña” y de la “segunda campaña” contra los filibusteros. Así, mientras que para los costarricenses su “campaña nacional” comienza en marzo de 1856, cuando el ejército marcha a Nicaragua; para los nicaragüenses la “guerra nacional” solo empieza en septiembre de 1856 cuando legitimistas y democráticos acuerdan unirse contra los filibusteros y cuando estos son derrotados en la hacienda San Jacinto por una fuerza legitimista dirigida por el general José Dolores Estrada. Dicha periodización no existe en la obra de Jerónimo Pérez, pero sí aparece ya en Gámez. Es importante señalar que esta periodización luego permitirá a algunos hablar de la “invasión” de los costarricenses en marzo-abril de 1856.
Francisco Ortega Arancibia escribe sus memorias de la guerra al final de su vida y las publica en 1911 en un libro titulado Cuarenta años (1838-1878) de historia de Nicaragua. Aunque peleó en la guerra al lado de los legitimistas, en algún momento de su vida se hizo liberal, de modo que en esa óptica escribe su texto. En este sentido, su visión es próxima de la de Gámez. No obstante, Ortega Arancibia se distingue de Pérez y Gámez por tener una opinión más favorable sobre el papel de Costa Rica en la guerra. Así, por ejemplo, afirma que el plan de la toma de los vapores fue concebido entre Luis Molina, representante diplomático de Costa Rica en Estados Unidos, y el magnate Cornelius Vanderbilt. Más interesante es señalar que en lugar de censurar a José Joaquín Mora por la forma en que Walker depuso las armas, más bien lo elogia y afirma que Mora fue “hidalgo y magnánimo”.
Como se puede apreciar, los elementos básicos de la memoria nicaragüense, tal y como fue elaborada por la historiografía, fueron establecidos por testigos y protagonistas de los hechos, es decir en el siglo XIX, aunque recordemos que el texto de Ortega Arancibia fue publicado a inicios del siglo siguiente. Los elementos más problemáticos de esta memoria que llegarán hasta el presente serán: la responsabilidad de la elite nicaragüense en la venida de los filibusteros, la cuestión del mal de sus guerras civiles frecuentes y el asunto de los designios y el papel de Costa Rica en la guerra.
Estas cuestiones reaparecen con claridad en el texto conmemorativo del centenario de la guerra encargado por el gobierno de Anastasio Somoza García a Ildefonso Palma Martínez titulado La Guerra Nacional. Sus antecedentes y subsecuentes tentativas de invasión y publicado en 1956. Esta celebración fue organizada en conjunto por todos los estados centroamericanos en el marco de la desaparecida ODECA (Organización de los Estados Centroamericanos). La originalidad del libro de Palma respecto de las cuestiones señaladas es su insistencia en justificar a Jerez y a Castellón. Así, según Palma, en aquella época era un uso corriente por parte de los estados reclutar mercenarios y el contrato entre Byron Cole y Francisco Castellón, mediante el cual Walker vino a Nicaragua, fue un acto jurídico válido y legítimo. El problema radicó en que Walker irrespetó los términos de dicho contrato. Quizás, por el contexto de esa celebración Palma se abstiene de criticar al general José Joaquín Mora. Aunque reconoce el mérito de Costa Rica, este autor no cuenta en detalle los combates del río San Juan.
Alejandro Bolaños Geyer, recientemente fallecido, medico de profesión, nicaragüense, pero radicado en Estados Unidos durante muchos años, se dedicó desde 1971 al estudio de la vida de William Walker y su obra más importante la publicó entre 1989 y 1992. En el año 2003, el Museo Histórico Cultural Juan Santamaría le editó una nueva versión de su libro sobre el filibustero titulado William Walker: el predestinado, el cual resume en un tomo su opus magna en cinco volúmenes. Este es un trabajo excepcionalmente documentado y erudito; no obstante respecto de la memoria nicaragüense de la guerra se mantiene en los mismos parámetros, salvo en lo que se refiere al papel jugado por Costa Rica. En este punto Bolaños Geyer intenta disminuir los supuestos méritos de este país y acentúa sus segundas intenciones respecto de Nicaragua. Así, al inicio de la invasión de Walker en 1855, el gobierno de Costa Rica no solo se mostró preocupado, sino incluso satisfecho porque esto contribuía al desangre y al debilitamiento del país vecino, lo cual armonizaba con las pretensiones de Juan Rafael Mora de apoderarse de la ruta del canal. Mora movilizó al ejército costarricense solo una vez que había terminado la cosecha de café, dejando que Walker se apoderara de Nicaragua. Bolaños Geyer retoma las críticas a Costa Rica planteadas a partir de la obra de Pérez, pero subraya que el mérito de la toma de los vapores fue de Spencer y de Vanderbilt y con mucha ironía resume su perspectiva de las acciones de los costarricenses, titulando uno de los capítulos de la obra “Hermaniticos”. En suma, de todas las obras de la historiografía nicaragüense aquí presentadas es esta, que quizás sea revelador es la más reciente, la que presenta una posición más militante en contra de Costa Rica. Tal vez sea significativo que esta es la única obra que pasa por alto el problema de los conflictos de la elites nicaragüenses y su responsabilidad en la venida de los filibusteros a Centroamérica. En suma, a juzgar por el libro de Bolaños la memoria nicaragüense de la guerra evolucionó del siglo XIX al presente desde una óptica más moderada frente a Costa Rica a un visión más militante.

La vertiente costarricense:
Como ya se dijo la historiografía costarricense sobre la guerra nace con posterioridad a la historiografía nicaragüense y, además, es menos abundante. En sentido estricto, existen en Costa Rica solo dos obras que han analizado en profundidad y extensamente este proceso, la de Lorenzo Montúfar, Walker en Centroamérica y la de Rafael Obregón Loría, en sus dos versiones de 1956 y 1991. No obstante, es en Costa Rica en donde se ha institucionalizado dicha memoria mediante el establecimiento de un museo cuya función es preservar la memoria oficial de aquellos acontecimientos y en donde las efemérides de la guerra parecen haber alcanzado mayor arraigo, por lo menos hasta hace algunos años, en el marco del calendario escolar.
La primera obra de envergadura sobre la guerra es la citada de Lorenzo Montúfar, guatemalteco que radicó por muchos años en Costa Rica, fue protagonista y testigo de la guerra contra Walker, como miembro del gobierno de Mora, y fue una figura política a escala centroamericana, ampliamente conocido por su militantismo liberal y por su obra en 7 volúmenes Reseña Histórica de Centro-América. Como es de suponerse, el libro de Montúfar surgió de un encargo del gobierno costarricense, aunque debe decirse que se integró dentro del proyecto en curso del autor, iniciado en 1878, bajo el auspicio del gobierno de Guatemala, de la citada Reseña. Antes de Montúfar solo existía lo que la prensa había publicado en los propios años del conflicto, algunos testimonios de algunos protagonistas, pero que solo habían circulado en forma manuscrita, como el diario del General Máximo Blanco y las memorias del padre Brenes, publicadas en 1885. Cabe agregar que en 1883 se había publicado en Nicaragua una traducción del libro de Walker, circunstancia que motivó el encargo a Montúfar, con el fin, según se dijo, de corregir los errores y falsedades en que este autor incurría en relación con los sucesos de la guerra y, sobre todo, en relación con Costa Rica. En suma, se puede afirmar que el guatemalteco Lorenzo Montúfar fue el fundador, en el campo de la historiografía, de la memoria oficial costarricense sobre la guerra contra los filibusteros.
Los elementos básicos de la memoria costarricense, sistematizados por primera vez por Lorenzo Montúfar, son reconocibles hasta el presente . En su historia los héroes son, en primer lugar, Juan Rafael Mora y, en segundo lugar, el pueblo costarricense. A ellos cupo la iniciativa de la lucha contra los filibusteros y fueron ellos quienes hicieron posible el triunfo, gracias a la campaña del río San Juan. El presidente Mora fue un visionario que desde el principio vio el peligro, concibió la fórmula estratégica para derrotar a los filibusteros y tuvo la grandeza de estar por encima de la lucha de partidos en la cual se entramparon continuamente los jefes centroamericanos y los propios nicaragüenses, no solo antes de la llegada de Walker, sino durante y después de la guerra. En relación con la división de los jefes militares centroamericanos y en otros puntos Montúfar coincide con Jerónimo Pérez, cuya obra es una de las fuentes básicas de la suya.
A pesar de que esta obra es una apología de Mora, Montúfar afirma que la idea de la toma de los vapores fue de Vanderbilt y que Spencer fue “el alma de la expedición”, aunque este no podía actuar solo, sin la ayuda de los costarricenses. No obstante, Montúfar insiste en que la idea de controlar la vía del Tránsito está presente desde los inicios del plan de Mora. Como veremos en este punto otros historiadores se oponen a Montúfar.
Pero el principal contencioso de la memoria oficial costarricense con Montúfar es Juan Santamaría. Como señala Carlos Meléndez en su prólogo a la edición del año 2000 de este libro, Montúfar fue uno de los primeros detractores de la figura del soldado alajuelense. En forma implícita, Montúfar sugiere que Juan Santamaría fue una invención de uno de los gobiernos de los Montealegre, enemigos de Mora. A este propósito, conviene decir que este autor señala que dentro de la elite costarricense hubo sectores que se opusieron al proyecto de Mora tanto durante la primera como en la segunda campaña.
Como corresponde a la versión liberal, Montúfar se esfuerza en justificar a Castellón y a Jerez, es decir, a los liberales leoneses y condena el despotismo de Fruto Chamorro y de los legitimistas. De igual manera, intenta defender a todo precio al liberal hondureño, compañero de armas de Morazán, general Trinidad Cabañas, el cual en diciembre de 1855 fue a Granada a solicitar la ayuda de Walker para recuperar el poder, del cual había sido despojado recientemente por los conservadores hondureños con la ayuda del dictador conservador guatemalteco, Rafael Carrera. Tras el fracaso de esta gestión, Cabañas se convirtió en acérrimo enemigo del filibustero.
Con Montúfar se inicia también uno de los aspectos problemáticos de la memoria costarricense: sus silencios o excusas en relación con determinados aspectos de la guerra, aquellos que representan el núcleo de la crítica en la memoria nicaragüense: las condiciones de la capitulación de Walker en Rivas el 1º de mayo de 1857 y las intenciones de Mora de apoderarse de la ruta del Tránsito.
Francisco Montero Barrantes en el tomo II de su libro Elementos de historia de Costa Rica (años 1856-1890) publicado en 1894 consagra sus primeras 97 páginas a la guerra contra los filibusteros. Este autor no se distancia básicamente de lo ya establecido por Montúfar, tanto en lo que se refiere a sus énfasis como en relación con sus silencios. No obstante, se opone a este autor en lo que se refiere a Juan Santamaría y a la llamada segunda campaña. Así, para Montero Barrantes la idea fue de Mora, no de Vanderbilt y el “alma de la expedición”, según la expresión de Montúfar, fue Máximo Blanco, de acuerdo con el testimonio del padre Brenes. Spencer desaparece en esta versión puesto que sobre él Montero Barrantes guarda total silencio. De nuevo, se puede apreciar que uno de los componentes de la memoria costarricense es el silencio sobre determinados pasajes de esta historia.
En un texto breve titulado La Campaña Nacional contra los filibusteros en 1856-1857. Breve reseña histórica, escrito entre 1894 y 1895 en ocasión de los festejos de inauguración del Monumento Nacional, y publicado en 1897 en el libro conmemorativo de ese evento, Joaquín Bernardo Calvo Mora relata la historia de la guerra contra William Walker. Este autor básicamente retoma la versión de Montúfar con las correcciones de Montero Barrantes en lo que respecta a Juan Santamaría y a la segunda campaña, basada en el padre Brenes y en un diario de Máximo Blanco al que tuvieron acceso todos estos autores, pero que solo fue publicado en el siglo XX. No obstante, guarda silencio en relación con las divisiones de la elite costarricense, pero comparte los otros silencios de los autores ya señalados.
Al igual que en el caso de Nicaragua, se puede afirmar que las líneas básicas de la memoria oficial costarricense de la guerra contra los filibusteros quedaron establecidas, en el campo de la historiografía, ya a finales del siglo XIX. En esta perspectiva la historia es heroica y sirve para reconfirmar los atributos del pueblo costarricense, un pueblo feliz y exitoso, así en la paz como en la guerra. En este sentido, la memoria quedó fijada en el momento en que todavía vivían muchos de los contemporáneos de los acontecimientos y gracias a la obra de uno de sus protagonistas: Lorenzo Montúfar.
En 1924 el historiador costarricense Ricardo Fernández Guardia tradujo y publicó el libro de William Walker La guerra en Nicaragua el cual prologó y en este texto retoma los indicados elementos de la memoria costarricense, pero introduce o explicita un nuevo componente: una diatriba contra las elites nicaragüenses culpables de la venida de Walker y responsables de los peligros para su soberanía que en esos momentos corrían los estados centroamericanos porque Nicaragua se encontraba ocupada por tropas estadounidenses.
Con motivo del centenario Rafael Obregón Loría publicó en 1956 la primera versión de su obra, clásica en la historiografía costarricense, cuyo título es programático y emblemático La Campaña del Tránsito. En este texto es deudor de los autores que lo preceden, y comparte sus silencios pero se enfrenta con Montúfar en el asunto que es el título de su libro. Para este autor el mérito es solo de los costarricenses y su deuda con Vanderbilt y Spencer ha sido sobredimensionada. Conviene agregar, que Obregón Loría, posiblemente por el contexto centroamericano de las celebraciones del centenario, es muy discreto sobre las responsabilidades de las elites de Nicaragua en relación con la llegada de Walker a Centroamérica.
Este mismo autor publicó en 1991 una nueva versión de su libro en la cual abandonó el título precedente ya que lo denominó Costa Rica y la guerra contra los filibusteros. En términos de la memoria costarricense este trabajo es coherente con la ortodoxia establecida y con el programa de la versión de 1956. Su principal innovación radica en su condena de las elites nicaragüenses, lo cual contrasta con su discreción respecto de esta cuestión en 1956. En última instancia, la obra de Obregón sintetiza en la perspectiva costarricense el conflicto entre las dos vertientes del recuerdo que hemos venido analizando: divididos por un río que sirve de límite: en una ribera un país ideal, en consecuencia irreal, agrego yo, y en la otra, un país problemático y, quizás por eso, un poco más real.

La invisibilidad y el olvido:
Como dijimos al principio, además de la centroamericana existen dos historiografías del país de donde provenían los invasores. La primera, la filibustera, cuyo producto por excelencia sería el propio libro de William Walker, La guerra en Nicaragua publicado en 1860, algunos meses antes de su muerte, tuvo vigencia en el siglo XIX y su tarea consistió en exaltar a esos “agentes del Destino Manifiesto” y en denigrar, en una perspectiva abiertamente racista, a quienes los combatieron; la segunda, la profesional o universitaria, se ha desarrollado en el siglo XX y se ha fijado como tarea combatir el olvido o la amnesia de la sociedad estadounidense en relación con este aspecto de su pasado, un capítulo de la historia de su expansionismo el cual incluye también el no muy edificante pasaje, a la luz de los valores actuales, de la guerra y el despojo de México en 1846-48.
Curiosamente como se muestra en un libro recientemente publicado por el crítico liteario estadounidense Brady Harrison titulado Agent of Empire. William Walker and the Imperial Self in American Literature, la figura de William Walker aparece y reaparece en la literatura estadounidense, en un contrapunteo con el desarrollo imperial de esa potencia, y ha dado lugar a un subgénero literario denominado romance mercenario y ha sido un instrumento de reflexión sobre el denominado yo imperial estadounidense. Sin embargo, como bien ha señalado Robert E. May, Walker, el cual fue una figura extremadamente popular en su tiempo, ha sido desterrado de la memoria colectiva de los Estados Unidos. En ese sentido, ni la literatura ni la historiografía han logrado restituir su memoria y alrededor de su figura persiste un pacto de olvido, que se explicaría por varios factores, pero el principal de todos sería que su recuerdo inevitablemente ilumina el lado oscuro de la misión civilizadora que los Estados Unidos se han adjudicado desde la época del Destino Manifiesto en el continente americano y ahora en todo el planeta.
La historiografía centroamericana se ha construido apoyándose y oponiéndose a esas otras historiografías, razón por la cual no se pueden ignorar. Aquí en términos de una historia de la memoria y de forma provisional es necesario señalar que ambas comparten un rasgo muy significativo: su ocultación de los actores centroamericanos. Tanto académicos como filibusteros piensan que Walker fue derrotado por el magnate naviero Cornelius Vanderbilt, no por Mora y los costarricenses y los otros centroamericanos. Así, la visión de los universitarios se traslapa con la de los filibusteros en cuanto a la invisibilización y en cuanto a la imputación de incapacidad para producir historia de estos pueblos que padecieron los males del filibusterismo. Para esta historiografía quienes fueron víctimas de Walker carecían de la capacidad de ser agentes de los procesos históricos. En este sentido, la historiografía estadounidense, salvo el citado libro Harrison, no logra colocar las acciones filibusteras de William Walker en contexto de la cuestión más amplia del imperialismo estadounidense y de sus sucesivas metamorfosis en sus relaciones con la América Latina.

Reflexión final tentativa:
El cotejo entre la memoria nicaragüense y la memoria costarricense de la guerra contra los filibusteros permite acercarse por una vía indirecta a la cuestión de cómo ambos países se han construido como estados y se han inventado como naciones. Así la memoria costarricense de la guerra es una memoria de la autosatisfacción de la buena conciencia y de la autocomplacencia que proyecta una imagen nacional integrada; mientras que la memoria nicaragüense es una memoria incómoda o, quizás, una memoria en conflicto, la cual proyecta una imagen nacional desgarrada. Por último, la memoria estadounidense es más propiamente una forma de olvido y una persistente incomprensión de quienes fueron las víctimas de aquella historia.
En fin, parece obvio que el desafío de la investigación histórica consiste en producir nuevos análisis e interpretaciones de este episodio de la historia centroamericana y de este pasaje de la historia de los Estados Unidos en los años dorados del filibusterismo y del Destino Manifiesto que trascienda las visiones nacionales o nacionalistas y que restituya todos los actores y el lugar de cada uno de ellos. No hace falta decir cuan urgente es en el presente esta tarea de hacer confluir las vertientes del recuerdo, cuando las aguas del mismo río escenario, razón y protagonista de la guerra vuelven a oponer a Costa Rica y a Nicaragua y cuando los Estados Unidos, dicen tener, como Walker también creía, y como lo han creído en tantas otras ocasiones, la clave de un futuro prometedor para Centroamérica.

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