Original nombre con el que Elizabeth Steinvorth y su socia bautizaron el local de una vieja pulpería a la que convirtieron en una tienda de regalos originales y artísticos.
Las pulperías —en serias vías de extinción— eran instituciones importantísimas de los barrios y pueblos de la Costa Rica del siglo pasado. En aquel entonces muchos soñaban con tener su propia pulpería para administrarla a su antojo, que era lo que se estilaba. Sin pagar muchos impuestos y cobrando más o menos lo que se le daba la gana al propietario, solucionaban en gran medida las necesidades domésticas cotidianas. Aún extraño la pulpería del Chino que funcionó en mi barrio hasta que la globalización sembró un centro comercial con supermercado a 500 metros de mi casa. Era práctico poder mandar a los hijos a comprar leche o ir casi en pijamas por el pan de la mañana.
El concepto de pulpería ha estado tan arraigado en nuestro país que la mayoría de los gobernantes y funcionarios públicos han administrado los fondos estatales como si fueran propios y no de todos. Muchas instituciones públicas han sufrido los embates de sus dirigentes que —olvidándose de que son empleados estatales— las han administrado a su antojo y en su beneficio.
Dado que nuestros mayores nos han ofrecido tan mal ejemplo, los más pequeños se han sentido con derecho a hacer lo mismo. Y el campo del arte no ha sido una excepción.
No todas las instituciones públicas dedicadas al arte han administrado bien sus escasos recursos. Muchas —por no decir la mayoría— han sido manejadas de manera caprichosa por sus jerarcas.
Durante años varios directores a cargo de la Compañía Nacional de Teatro (CNT) aumentaron su currículum de puestas en escena gracias a los fondos —cada vez más menguados— de esa institución. Actualmente la ley no permite que los directores de la CNT dirijan los montajes que podrían hacerse si el presupuesto no fuera tan exiguo y las exigencias de contratación tan extremadamente complicadas que resulta prácticamente imposible que se realice ninguno.
Otra sala estatal dedicada a la producción teatral sigue siendo “propiedad” de sus directores. Escogen a su antojo obras, elencos y presupuestos. Cuando ellos se encargan de la dirección de los espectáculos se adjudican mejores condiciones que cuando el director teatral es ajeno a la institución. Salarios menores —independientemente de los estudios, currículum o premios internacionales— y presupuestos más bajos para todos los rubros, es la política de los dueños de la pulpería del arte.
Aferrados al célebre dicho, “calladita más bonita” muchos temen afearse dando su opinión. O peor aún: perder puestos o privilegios. La dignidad tiene su precio aunque no todos estén dispuestos a pagarlo.
1. Las madres sabias —como la mía— nos recomiendan ser políticamente correctas y permanecer en silencio. Las que —como yo— seguimos buscando pelea para defender los derechos de todos, nos vemos en la encrucijada de callarnos y “regarnos la bilis” o seguir protestando por lo que consideramos injusto.
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